miércoles, febrero 16, 2011

Los Simpson y la religión


Detrás de la sátira y las bromas, la serie toca temas antropológicos relacionados con el sentido y la calidad de la vida. Este es uno de los pocos programas de televisión donde la fe cristiana, la religión y la pregunta por Dios son temas recurrentes.
Francesco Occhetta, S.J.

Santiago / Sociedad – El 17 de diciembre de 1989 salió al aire por primera vez en Estados Unidos el programa de dibujos animados Los Simpson, destinado a convertirse en pocos años en el más famoso sitcom (comedia de situación) del mundo. La serie fue ideada por el ingenioso dibujante estadounidense Matt Groening cuando, minutos antes de presentarse a una importante reunión con un productor televisivo, inventó unos nuevos personajes de mandíbulas cuadradas, ojos similares a pelotas de golf y piel amarilla. Ningún productor habría apostado que esas nuevas caricaturas llegarían a estar entre los personajes más famosos de la historia. Sin embargo, en poco tiempo los estadounidenses se reconocieron en las historias de la familia Simpson y de la sociedad de la pequeña ciudad de Springfield.
A comienzos de los años noventa la opinión pública mundial se dividió en dos. Sobre todo en EE.UU. muchas asociaciones de padres consideraron que la familia Simpson no constituía un buen modelo educativo. Más aún, George Bush padre, entonces Presidente, criticó la serie: "Estamos buscando reforzar la familia americana de manera de hacer que se parezca más a los Walton y menos a los Simpson". Muchas escuelas prohibieron a sus estudiantes usar camisetas de Los Simpson. Sin embargo, los ingresos generados en torno a la serie televisiva, después de solo catorce meses de producción, llegaron a más de dos mil millones de dólares.
 
LOS PERSONAJES
 
Los Simpson narra la vida de una familia americana en un típico municipio, Springfield, cuyo nombre lo comparten al menos treinta pequeñas ciudades de ese país. Homero es el jefe de familia, trabaja como encargado de seguridad en una central nuclear, pero, debido a su lentitud y poco gusto por el trabajo, pareciera estar estancado de por vida en ese puesto. Su único deseo es volver cuanto antes a casa después de una jornada laboral para instalarse delante del televisor y comer pop corn, sándwiches y beber cerveza. Es hombre sin elegancia, castigado también por su aspecto físico, poco capaz de dialogar, pero generoso.
 
Marge es la dueña de casa y voz moral de la familia. Enseña a sus hijos (sin mucho éxito) a hacer el bien y a combatir el mal, y está anclada en las tradiciones. De hecho, personifica también a la mamá sobreprotectora e invasiva con un extraño pasatiempo: modifica continuamente su peinado azul hiper-encrespado y muy alto, que utiliza de vez en cuando como caja fuerte, pequeño armario o cartera.
 
Los Simpson tienen tres hijos: el primogénito Bart es el personaje más popular. Tiene diez años y se enorgullece de ser el último del curso. En realidad, ha llegado a serlo de adrede: así puede ser reconocido y legitimado en su rol por una sociedad que no considera a nadie. Es pillo y contrario a cualquier regla, ama el skate y la televisión, y su pasatiempo preferido es hacerle bromas al cantinero Moe Szyslak y al director de su colegio Seymour Skinner.
 
Su hermana Lisa tiene ocho años y es el cerebro del hogar. Es vegetariana y ecologista, pero también inconformista, progresista y ambiciosa. Sueña en grande (le gustaría llegar a ser presidenta) y cree estar entre los mejores músicos del mundo.
 
Por último, Maggie, que tiene un año, no habla, usa un chupete estereofónico y cuando trata de caminar se cae. Además, los Simpson tienen un gato, Bola de Nieve II, y un perro, Huesos.
 
Pero la familia tiene también otro miembro, el abuelo Abraham, que es excluido y desacreditado por el resto. Él encarna el abandono de los ancianos en la sociedad occidental y la memoria histórica de la familia, la sabiduría y la experiencia de vida. Como sucede a menudo con los mayores, también el abuelo, que sirvió durante la segunda guerra mundial, vive de recuerdos y anécdotas. Sin embargo, a los Simpson no les gusta recordar el propio pasado y los fracasos vividos; quieren vivir el presente buscando conquistar el futuro. Por esto el abuelo es enviado sin ningún escrúpulo ni sentimiento al "exilio", al asilo de ancianos de Springfield.
 
LOS CONTENIDOS
 
Los cerca de cuatrocientos cuarenta episodios de la serie, que exigen de los productores seis a nueve meses de trabajo por cada uno, se basan tanto en una comicidad aparentemente surrealista como en tonos sarcásticos sobre los tabúes de la sociedad americana, en abundante sátira sobre la familia y la vida cotidiana. Springfield es, por tanto, considerado el ícono del villorrio global de Occidente donde, por una parte, todo es deformado y agigantado y, por otra, el sentido último de lo que se cuenta es real y no se limita a la realidad de Estados Unidos, sino que toca a otras partes del mundo, por lo menos a las más industrializadas.
 
Es cierto que algunos matices y variaciones temáticos pueden no ser comprendidos por quienes no viven en esa nación. De hecho, se apela a asuntos de crónica preriodística, como Watergate o la guerra en Irak, se comentan problemas políticos abiertos, no faltan apariciones de personajes famosos, como los Kennedy, la mujer del presidente Barack Obama, Michelle, o las referencias a películas de actualidad, canciones o a transmisiones televisivas populares.
 
Bart, Lisa y Maggie son hijos de una generación llena de violencia y de miedos, que rechaza los modos tradicionales de educar. Sus días de colegio son una crítica implacable al sistema escolar estadounidense: violencia en el aula, falta de autoridad de los profesores, formas de enseñar superadas, recortes a los recursos de las escuelas y quiebre del pacto de confianza que unía a profesores y familias para educar juntos.
 
También la política está presente. Se tratan temas —como, por ejemplo, el medio ambiente, el desarme, la salud, la promoción de los derechos civiles— muy queridos por el Partido Demócrata estadounidense (por eso la administración Bush siempre temió las críticas de Los Simpson). Se denuncian los abusos de poder del Gobierno y de las grandes industrias.
 
La vida de la sociedad aparece despojada de toda esperanza y los capítulos la van mostrando de un modo implacable: políticos corruptos, medios de comunicación subordinados al poder y con información facciosa, autoridades religiosas lejanas a la vida de los fieles. Incluso la policía local, en particular el jefe Gorgory, es ineficiente y no garantiza ni el orden ni la seguridad. En la película de los Simpson, a raíz del tema del lago contaminado, el político que busca salvar la ciudad con medios muy costosos para el Gobierno, exclama: "Es verdad que soy el propietario de la empresa [y de los medios utilizados], pero eso es un mínimo detalle".
 
Pero la sátira del programa lleva a preguntarse también en cómo vivir el rol de dueña de casa, de madre y de esposa. Si se hace al modo de Marge, se corre el riesgo de dar sistemáticamente a los problemas de hoy respuestas de ayer, basadas exclusivamente en la tradición. La misma relación matrimonial entre Homero y Marge es signo de un malestar tácito, nunca aclarado, quizás una concesión perpetua, fruto de la incapacidad de dialogar y de reconciliarse explícitamente. En los episodios, detrás de la sátira y las bromas que hacen sonreír, se tocan temas antropológicos relacionados con el sentido y la calidad de la vida.
 
LA RELIGIÓN
 
Los Simpson está entre los pocos programas de televisión donde la fe cristiana, la religión y la pregunta por Dios son temas recurrentes. La familia recita sus oraciones antes de comer y, a su modo, cree en el más allá. La relación con Dios del jefe de familia es adolescente; antes de asistir al servicio religioso repite: "Pero, Marge, ¿y si hubiésemos elegido la religión equivocada? ¡Cada semana solo haríamos ponerse a Dios más furioso!".
 
El reverendo Alegría (Lovejoy), pastor de la comunidad protestante de Springfield, es el "chivo" expiatorio de esta operación. Muchos capítulos ridiculizan sus sermones, muestran que Bart duerme y que Homero escucha partidos de fútbol americano. Su actitud es de desilusión, al punto de que parece haber perdido la alegría que tenía cuando llegó por primera vez al lugar con su guitarra y su Biblia. Habla con eslóganes y tapiza su templo de avisos para lanzar el tema de la semana: "Domingo, el milagro del arrepentimiento"; "Prohibido estacionar en la sinagoga"; "Al arzobispo le quedan solo veinte dólares". Parece que al reverendo Alegría le importa más el reconocimiento social que la vida espiritual de sus fieles.
 
Además, sus respuestas son a menudo apresuradas y superficiales. En el capítulo sobre "El secreto de un matrimonio feliz", cuando Marge le pide consejo para resolver sus problemas de pareja, Alegría le responde: "¡Divórciate!". Desde luego, basta una respuesta como esa para generar en millones de telespectadores desconfianza y confusión respecto de la Iglesia. Pero frases similares son premeditadas y queridas por los productores.
 
El reverendo Alegría tiene, sin embargo, una capacidad de autocrítica que lo lleva a reconocer sus errores y a pedir perdón. No falta en él una sutil ironía. Cuando se entera de que una secta está haciendo proselitismo con fines de lucro en su territorio, el domingo sucesivo precisa: "Esta llamada nueva religión no es otra cosa que una marea de ritos bizarros y salmodias escogidas para sacarle dinero a los ingenuos. Procedamos a la oración del Señor cuarenta veces. Pero, primero, pasaremos la bandeja de la colecta".
 
También el tema religioso es desarrollado a través de la figura de Nedward (Ned) Flanders, el cristiano evangélico, vecino de casa de los Simpson. Es un convertido muy gentil pero integrista, siempre listo a ayudar y a ofrecer una buena palabra. Está obsesionado por el temor a violar las leyes de Dios, que sigue al pie de la letra y las siente como un deber y no como una ayuda para vivir una vida nueva. En vez de considerar el tiempo como un don que Dios nos da para vivirlo a través de la oración y el servicio a los demás, Ned vive su cotidianidad como el espacio de la conquista de la salvación que se obtiene cumpliendo las normas y los preceptos bíblicos. Su excéntrica manera de ser aparece en muchas ocasiones, como en la elección de la patente de su auto JHS 143 (el pasaje del Evangelio de Juan 1, 43 en el que Jesús dice a Felipe: 'Sígueme'). Los Simpson lo maltratan y lo consideran "tóxicamente religioso", pero Ned está siempre dispuesto a arriesgar su vida para salvar la de ellos, como en la película, cuando Homero contamina el lago y los habitantes de Springfield quieren matarlo. Por eso también, cuando Flanders iba a ser expulsado de la comunidad, Homero lo defiende ante la asamblea: "Este hombre ha puesto todas las mejillas de las que disponía. Si cada uno de nosotros fuera como Ned, no habría necesidad del Paraíso: ya estaríamos en él".
 
Los autores tienen una concepción apocalíptica y desplazan la atención al fin del tiempo. No se preguntan por el sentido de este ni por su fin. No se preguntan cómo vivimos como hermanos. Los Simpson van a la iglesia para aplacar un miedo al futuro que son incapaces de gobernar. Dios se convierte en el último refugio: "Normalmente no soy un hombre religioso, pero si tú estás allá arriba ¡sálvame… Superman!". En algunos capítulos, Dios aparece como un anciano de barba abundante y blanca, pero sin rostro; se presenta como un misterio a descubrir.
 
En 2007 el programa dedicó un capítulo a la Iglesia católica, titulado "Padre, hijo y espíritu práctico". Cuando Bart es expulsado de la escuela, sus padres lo mandan como castigo a la escuela católica de San Jerónimo, donde "la enseñanza es dura y no se puede bromear". Mientras la maestra es una monja irlandesa intransigente, el capellán, el padre John, conquista a Bart. Le cuenta su conversión, le dice que cuando era pequeño se parecía a él, luego le regala una vida de santos para leer. Basta un encuentro auténtico de este tipo para cambiar la vida de Bart, que exclama "el catolicismo es mítico". En casa los padres se preocupan, y Homero enfrenta al capellán: "¡Estoy harto de que enseñen a mi hijo valores llenos de valores!". Pero también el padre es conquistado por el joven sacerdote hasta el punto de querer convertirse en católico. Se confiesa y se siente libre. En el intertanto, Marge, el reverendo Alegría y Ned declaran la guerra a los católicos: "No puedo entrar a la Iglesia católica —exclama Marge—, una fe distinta quiere decir un más allá distinto, además quiero que mi familia se mantenga unida". El desencuentro se vuelve duro. La posición de Lisa es de apertura: "Todos deberían poder elegir la propia fe". Pero el grupo que representa a la institución y el poder de la comunidad protestante aumentan la tensión entre las entidades. Así, es el pequeño Bart quien da una lección de comprensión a los grandes: "Todo es cristiandad. Las pequeñas estúpidas diferencias no son nada respecto a las grandes analogías".
 
Después de veintidós temporadas de la serie animada más transmitida en la historia de la televisión, a muchos padres de familia les queda una pregunta: "¿Les permito a mis hijos ver Los Simpson?". La preocupación está fundada en el temor a que un lenguaje crudo, a menudo vulgar, y la violencia de ciertos episodios o el extremo al que llegan ciertos guiones influencien el comportamiento de sus hijos. Pero el realismo de los textos y de los capítulos podría ser una ocasión para verlos juntos, y usar los argumentos para dialogar sobre la vida familiar, escolar, de pareja, social y política.
 
En las historias de Los Simpson no hay nunca un final feliz, pero tampoco hay, como algunos autores afirman, solamente cinismo y sarcasmo. Se relata la realidad y la posibilidad de encontrar un sentido en esa cotidianidad que a menudo aplasta y humilla a las personas. Así, las generaciones de telespectadores son educadas para no ilusionarse. En cada personaje aparece optimismo y pesimismo, la conciencia de deber vivir un rol social y el sueño de querer ser libres. En sus rostros y en sus palabras están impresos la confusión del hombre contemporáneo y los condicionamientos a los que es sometido. Por este motivo los jóvenes telespectadores ya no son educados para un final feliz, sino que deben confrontarse con una realidad dura y a veces paradojal, donde la familia parece ser el único refugio. Afuera de la propia casa, en cambio, rige la ley de la selva: "Que venza el mejor".
 
El lugar de la salvación y de la unidad de la familia-institución, en efecto, "está en el centro de toda la trama narrativa: ridiculizada continuamente, obvio, pero también reconocida como el único (y el último) auténtico punto de referencia en clave social y en buenas cuentas el más sólido, con un recíproco y bien consolidado apego entre cada uno de sus miembros" (1).
 
Hay un último aspecto sobre el cual reflexionar. Los Simpson permanecen "eternamente jóvenes", no cambian, permanecen iguales a sí mismos. La dimensión del tiempo que pasa, las opciones para realizar en la historia, el uso de las nuevas tecnologías, las dimensiones de la enfermedad y de la muerte, casi nunca son tratados como temas. En cambio, si se quiere hablar de la realidad y de la humanidad que el hombre comparte, esos temas deberían ser seriamente afrontados por los autores.
 
Es verdad que los episodios enfatizan más en la religión como institución que en la vida de fe entendida como un seguimiento a Cristo hecho de oración y ayuda al prójimo. También en Los Simpson están latentes algunos elementos presentes en el Evangelio, como cuando Bart afirma: "Para poder salvarme a mí mismo, debo salvar a los otros". Bastaría que los millones de jóvenes que siguen la serie interiorizaran esta enseñanza para esperar un mundo mejor.
 
(1) B. Salvarani, "Dio, Homer e la ciambella", en Jesus, 2 de febrero de 2008.

 

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