miércoles, febrero 16, 2011

Desafíos de la nueva religiosidad

Comenzando el siglo XXI, nos encontramos con que un alto número de personas, en distintas partes del mundo occidental, sigue creyendo en Dios. Es más, en los últimos años crece el número de gente que se comprende a sí misma como "buscadora" de lo trascendental.
Ignacio Sepúlveda del Río

Madrid / Religión – En los inicios del tercer milenio la profecía secularista —avalada por Weber y Durkheim— del declive y desaparición de la religión y la fe no se ha cumplido. Es más, podría parecer que estamos lejos de ella. Pero no todo sigue igual: la fe de las grandes iglesias está dando paso a un tipo de religiosidad distinta, que acentúa la individualización. Y no sólo la individualización, sino que también asistimos al fenómeno de la fusión sincrética de distintos horizontes religiosos: las personas, de manera natural y en la vida diaria, mezclan diferentes aspectos de las religiones, generando algo distinto, nuevo, a veces con mayor o menor sentido.
Las religiones —y sobre todo las más elaboradas— tienen en sí el germen de la individuación. En las grandes religiones se ve que hay un proceso desde la religión como vínculo, cohesión y control social, al encuentro personal e individual con la trascendencia. Lo fundamental pasa a ser la propia relación —camino de iluminación o salvación— que el sujeto establece con la divinidad. En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha sido vehículo de individuación a través de la búsqueda de la relación personal con Dios (1). De esta manera, diferentes movimientos y familias espirituales, así como místicos, han ido acentuando la idea de que hay que hacer el propio camino para llegar a Dios. Obviamente este proceso no ha sido fácil, pues en el tiempo también se ha producido el movimiento contrario: la exigencia de vivir la fe no desde la propia individualidad, sino desde la institución y desde lo que la sociedad exige.
 
Pero la importancia del individuo no sólo se da en el plano religioso. En la década de 1960 se produce un punto de inflexión —en el sentido que se acentúa y se hace más visible, por lo menos en el mundo Occidental—, una revolución individualizadota que gira sobre el eje del cultivo del "yo" y de la importancia de la «autenticidad» como paradigma y, también, como fenómeno de masas (2). Y en los últimos años se ha dado un paso más: la individualización de la religión en el sentido del "Dios personal". A este Dios se adhiere de forma individual y no por el mero influjo de la sociedad. Se puede nacer en una determinada tradición religiosa, pero luego el sujeto debe hacer su propia elección. A este respecto, Taylor señala: "La vida o la práctica religiosa en la que yo tome parte no sólo debe ser el resultado de mi elección, sino que debe decirme algo; debe tener sentido dentro de mi desarrollo espiritual tal como lo interpreto yo" (3). Una persona elige lo que cree, y lo hace dentro de una denominación histórica, dentro de una fe. Pero no se queda encerrado en ella: esa misma fe debe tener sentido para el sujeto y él debe generar su propio credo en que creer (4).
 
Siguiendo el pensamiento de Ulrico Beck, podemos decir que, frente a la inseguridad que supone la radicalización de los procesos modernizadores de nuestra época —mayor soledad personal, falta de referentes valóricos, de sarraigo, sentimiento de vacío, de falta de sentido, etc.—, la fe religiosa se vive como un cuestionamiento de cierta modernidad deshumanizadora y como apoyo para vivir con sentido trascendente la propia vida.
 
Beck toma como paradigma de esta vivencia la experiencia de Etty Hillesum: en el contexto del Holocausto, esta joven de procedencia judía, pero formada en un contexto laico, va "descubriendo" la trascendencia y a Dios en un ambiente plagado de dolor, maldad, injusticia y muerte. Con completo realismo —sin hacer de la religión un escape—, Hillesum vive un encuentro místico de unidad con Dios más allá del marco de una fe determinada. De alguna manera, la experiencia de ella tiene algo de paradigmática en la vivencia de la religión hoy, pues refiere al Dios personal, al encuentro espiritual más allá de un credo o de un dogma.
 
En la vivencia actual la religión no desaparece, sino que sufre un proceso de transformación que implica una fe de cuño más subjetivista cuyos contenidos dogmáticos —utilizando terminología tradicional— y estructuras teológicas son difusos. De esa manera, se ve cómo conviven en una sola fe propuestas que en religiones tradicionales son contrarias, tales como la creencia en la resurrección y la reencarnación. La unidad entre religión y creencia se rompe, se da una separación entre lo que se plantea a nivel institucional y lo que se cree y vive a nivel personal. Este punto es, obviamente, producto de la modernidad: el triunfo del pensamiento del individuo que se pregunta, cuestiona, plantea.
 
El proceso de individualización y desdogmatización de las religiones trae aparejadas algunas consecuencias negativas, entre las que se destaca cierta tendencia a la banalización y trivialización de la religión, provocando —como más de una vez se ha graficado— una especie de "supermercado de las religiones" donde cada cual elije lo que más le guste o acomode. Otra consecuencia es la destradicionalización. Esto significa que la religión colectiva se va desintegrando: los ritos litúrgicos, la moral, las prácticas piadosas, la aceptación de los dogmas, etc., se van difuminando.
 
Una de las reacciones frente a la individualización y a la destradicionalización es el surgimiento de ciertos grupos integristas que se definen y comprenden a sí mismos desde un credo y desde el conflicto con la modernidad (5), percibiéndose a sí mismos como verdaderamente fieles a Dios y su mensaje. Por último, también hay algunas dificultades en el fuerte acento en lo que se siente y se percibe, junto con el exceso de emotivismo que es explotado por algunos grupos religiosos, o pseudoreligiosos, que a veces tienden a reducir la relación con la trascendencia a una experiencia puramente emocional y centrada solamente en lo personal.
 
Al pensar en las características actuales de la religión —individuación, desdogmatización, etc.—, se constata que se ha hecho personal, pero no privada sino que, al contrario, se ha desprivatizado. ¿Qué significa eso? Las distintas teorías de secularización han entendido que en el mundo moderno las religiones debieran pasar a un estado de "privatización". Esto implica, al menos, dos aspectos: el primero es que en la modernidad la religión debe salir de la esfera pública, exigiéndose la separación de Iglesia y Estado y también buscando "aislar" las razones religiosas para dejar en pie solamente las razones laicas. De alguna manera, es una invitación a actuar, en la esfera pública, como si "Dios no existiera" (6). El segundo, hace referencia a entender la religión como un tema estrictamente privado, que corresponde a la vida íntima del sujeto. Aquí se apunta a la idea de la libertad de conciencia: libertad para creer —o no creer— en lo que se quiera y a vivirlo en el ámbito personal sin tener que ser cuestionado por eso. Así, la religión es forzada a permanecer en el ámbito de la esfera privada.
 
La desprivatización lo que hace es cuestionar este principio, pero no en el tema de la libertad de conciencia, sino en el lugar que le corresponde a las religiones en el mundo moderno. En los últimos años —por lo menos 20 años— se puede apreciar un sostenido proceso de —si se permite el vocablo— reemergimiento de lo religioso en la esfera pública. En varias partes del mundo se puede apreciar como las religiones entran en la arena pública y política para, por una parte, proteger sus propios intereses tradicionales y, por la otra, para entrar en diferentes luchas para exigir justicia, libertad, respeto de los oprimidos, etc. (7).
 
Aunque muchos estén en desacuerdo con esta nueva situación, la única condición que se le pide a las religiones para entrar en la esfera pública es que asuman y respeten la condición del principio de la libertad de conciencia. Esto significa, de manera práctica, la no imposición de sus posturas al resto de la sociedad.
 
Habiendo aceptado la condición previamente señalada, habría al menos tres situaciones que justificarían la intervención, o desprivatización, de las religiones en el ámbito público (8): la primera es aquella en que la religión entra en la esfera pública para defender no solamente su propia libertad religiosa —como ha sucedido en ciertos regímenes dictatoriales—, sino también las libertades y derechos que han surgido en la modernidad, tales como los Derechos Humanos, el derecho a la información, la democracia, etc. Ejemplo de este ejercicio se puede encontrar en dictaduras de cuño comunista, como fue el caso de Polonia; o dictaduras basadas en la doctrina de la Seguridad Nacional como fue el caso de la dictadura de Pinochet en Chile. En estos casos —y muchos otros— el papel de la religión, específicamente a través de la Iglesia católica, fue la promoción de los Derechos Humanos, la libertad de información, la exigencia del respeto por la justicia y la vuelta al régimen democrático.
 
La segunda situación de desprivatización de la religión se produce cuando ésta entra en la esfera pública para cuestionar y oponerse a ciertas leyes, derivadas de la autonomía secular, que parecieran ir en contra de ciertos principios básicos de moralidad y justicia. Aquí se pueden poner como ejemplo las cartas pastorales de los obispos de los Estados Unidos condenando situaciones de injusticia tales como la carrera armamentista, o las injusticias derivadas de las políticas y leyes de inmigración por considerarlas abiertamente injustas; o la declaración hecha el año 2009 por la Conferencia Episcopal Suiza, que condenó el resultado del plebiscito que prohíbe la construcción de minaretes en las ciudades de la nación helvética.
 
La tercera instancia o situación en que las religiones intervienen en la esfera pública, tiene que ver con la búsqueda de protección de formas tradicionales de vida que se ven amenazadas por decisiones políticas, administrativas o judiciales. En este caso se abre el debate público sobre la moralidad del aborto, la eutanasia o el derecho al matrimonio homosexual.
 
Como se puede comprobar, la participación de la religión en cada una de estas situaciones es distinta. En la primera situación la religión participa en la prosecución de valores modernos como la libertad, la democracia, etc. Son valores liberales y que generan la construcción de un orden social basado en estos principios. La segunda y tercera situación, en cambio, manifiestan los límites del sistema liberal político y cómo el discurso religioso puede ayudar a abrir —y también cerrar— nuevos horizontes.
 
Por último, también llama la atención cómo desde el ámbito político se produce un acercamiento al tema religioso. Un ejemplo de esto es el discurso pronunciado por el Presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, en la Universidad de El Cairo el 4 de junio del 2009. Allí Obama reconoce la tensión de las relaciones existentes entre Oriente y Occidente, entre el mundo árabe y los EE.UU., sabiendo que pequeños grupos integristas son los que han dejado el diálogo como opción y se han empeñado en agudizar el conflicto a través del terrorismo. Frente a eso, Obama hace un llamado para hacer el esfuerzo continuo de aprender a escuchar, para ser capaces de aprender del otro. El camino para este aprendizaje es reconocer los valores de ambas culturas, lo que tenemos en común, porque Dios nos lo ha dado: "compartimos aspiraciones: vivir en paz y seguridad; adquirir una educación y trabajar con dignidad; amar a nuestras familias, nuestras comunidades y a nuestro Dios. Compartimos todo esto. Esta es la esperanza de la humanidad" (9).
 
El discurso se Obama no es ingenuo: reconoce las dificultades entre las diversas culturas y países; hace un llamamiento a respetar los derechos de las mujeres —que en algunas partes del mundo árabe son poco respetados— y también para promover y respetar la libertad religiosa. Pero, junto a lo anterior, ve en el diálogo interreligioso una posibilidad enorme de superar las diferencias y buscar la conciliación de dos mundos inicialmente tan opuestos. La religión, antes que dividir y llevar al conflicto, puede llevar al encuentro.
 
Otro ejemplo de este punto se ha dado en Francia, uno de los países con mayor tradición laica del mundo. En septiembre del 2008, con ocasión de la visita del Papa Benedicto XVI, el presidente Nicolás Sarkozy declaró: "Privarse de las religiones sería una locura, una falta contra la cultura, contra el pensamiento" (10). Para luego añadir: "El laicismo positivo, el laicismo abierto es una invitación al diálogo, a la tolerancia, al respeto. Es una oportunidad, un impulso, una dimensión suplementaria que se le propone al debate público".
 
En la reciente visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido —precedida por una fuerte campaña en contra— el primer ministro, David Cameron, le agradeció al Pontífice que haya puesto la cuestión de la fe "en el centro del debate nacional" (11). Estas palabras son en respuesta a lo dicho por el Papa al manifestar su preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente el cristianismo, en el debate social público; olvidando que la religión no es un problema, sino que puede ser una contribución a la sociedad (12).
 
La desprivatización de las religiones se está haciendo realidad. Esto levanta, al menos, dos preguntas esenciales: ¿serán capaces las religiones y el laicismo de generar un diálogo productivo entre ellos, en donde las religiones no caigan en el dogmatismo y el laicismo aprenda a escuchar y valorar las razones religiosas? Pero, por otro lado, también surge la pregunta si las instituciones religiosas, las iglesias, serán capaces de generar maneras nuevas y creativas de encuentro con los creyentes.
 
(1) El cristianismo tiene en sí una paradoja curiosa: es una religión comunitaria, tendiente siempre a lo universal, pero también necesita y se mueve en la elección particular del individuo, pues el cristianismo exige la declaración libre e individual para adherirse a él. Es el movimiento que se ve en Mt 25, donde el Juicio es universal, pero también individual.
(2) Aquí podemos volver la mirada sobre la juventud: todos quieren ser diferentes, distintos, únicos, cosa que es un gran valor. La industria, sea de ropa, música, libros, etc., apunta a este mercado con el mensaje insístete de "ser único", "ser distinto". Al final, como gran paradoja, el ser único y distinto se vuelve en un fenómeno de masas. Los que son distintos y únicos se terminan vistiendo a la moda dictada por algún diseñador de turno.
(3) Taylor, Ch., Las variedades de la religión hoy, Paidós, Barcelona, 2003, p. 104.
(4) Esto tiene las resonancias del tradicional "creo a mi manera", pero es innegable que muy poca gente –cada día menos– adhiere a la totalidad de dogmas, o creencias, de una religión.
(5) En sus discursos se pone énfasis en "los valores verdaderos", "el respeto a la moral", la "verdad", etc.
(6) Este planteamiento hay que considerarlo con mesura, pues muchas veces entre las "razones de Estado" también se han invocado "razones divinas". Un claro ejemplo de esto se da en los Estados Unidos.
(7) Aquí se puede tener en cuenta todas las luchas que se han tenido a favor de los Derechos Humanos en distintas partes del mundo, la protección de los derechos de los pueblos originarios en Latinoamérica, o la defensa y el trabajo en favor de los inmigrantes en Europa.
(8) Cf. Casanova, J., Public Religions in the Modern World, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1994.
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Ignacio Sepúlveda del Río. Artículo publicado en revista Razón y Fe, www.razonyfe.es


 

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