martes, agosto 26, 2008

En el marco de la celebración de la Semana Social 2008
Obispo de Aysén lanza su "Carta Pastoral del Agua"

Tras meses de intenso trabajo la "Carta Pastoral del Agua", escrita por el Obispo Vicario Apostólico de Aysén, Mons. Luis Infanti de la Mora, será presentada oficialmente a la comunidad de la región de Aysén este martes 26 de agosto a las 19 horas en el Cine Municipal de Coyhaique, en el marco de la celebración de la "Semana Social 2008".

El lanzamiento de este documento ha sido ampliamente esperado por diversos sectores tanto a nivel social, medioambiental como eclesial, más allá de las fronteras de Chile. En este sentido, Monseñor Luis Infanti informó que especial interés le han manifestado los obispos de la Patagonia Argentina, debido a la similitud de las problemáticas medioambientales que se están viviendo al otro lado de la cordillera. Asimismo indicó que el documento es extenso, ya que nace de una reflexión profunda que considera diversos aspectos.

Respecto del contenido de la misiva, el Obispo de Aysén señaló que en ella se "plantea cuál debería ser nuestra relación con la naturaleza - don de Dios que aquí en Aysén abundantemente nos rodea -, cuál debería ser nuestra relación con el Creador y con las criaturas".

Un poco de historia

Los orígenes de esta Carta Pastoral se remontan al Día Mundial del Medio Ambiente del año 2006, cuando Monseñor Infanti interpeló a los habitantes de Aysén a través de una declaración publica titulada "Aysén: Agua y Vida", y en la que invitó a la reflexión por medio de una serie de interrogantes relacionadas con los recursos naturales y su uso. Cientos de comunidades cristianas, grupos sociales y personas naturales enviaron sus respuestas a la misiva.

Luego vendrían dos grandes acontecimientos. El primero de ellos en Agosto de 2006, el seminario "Aysén: Agua y Vida", en el que estuvieron como expositores el senador por la región, Antonio Horvath Kiss con el "Desarrollo de Aysén: perspectivas y desafíos"; los profesionales de la Dirección General de Aguas "El Potencial Hídrico de Aysén", y la destacada directora ejecutiva del programa "Chile Sustentable", Sara Larraín, con "El agua: recurso estratégico para la humanidad" y "El desarrollo energético de Chile: ¿Cuál energía?".

El segundo evento fue el seminario "Aysén: Agua y Vida" desarrollado en marzo de 2007, y que contó con la destacada presencia del teólogo brasileño Marcelo Barros, quién expuso sobre "Cuidado de la creación: Conciencia y Urgencia Ética" y "Agua y futuro de la humanidad: dimensiones bíblicas, teológicas, pastorales y éticas".

Fuente: Comunicaciones Aysén



Coyhaique, 06/08/2008


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lunes, agosto 25, 2008

Iglesia reacciona ante chillanejas que arriendan su vientre

Iglesia reacciona ante chillanejas que arriendan su vientre

La Iglesia tiene un discurso muy hermoso sobre el cuerpo humano y este hecho no se condice con la dignidad de la mujer",sostuvo el padre Luis Flores.

Impacto han provocado en Chillán los casos de dos mujeres de la ciudad que arriendan sus vientres a través de internet. El servicio tiene un valor de tres mil dólares y consiste en el alquiler de su vientre para fecundar óvulos, embarazarse, tener un hijo, pero devolverlo a la destinataria de los óvulos. La noticia fue dada a conocer públicamente este sábado por el Diario La Discusión, generando inmediatas reacciones por parte de la opinión pública local.

Lo que era un fenómeno impensable hace algunos años, hoy en día provoca toda suerte de impresiones en la sociedad, pues hay muchos elementos en juego. No se trata tan sólo de un tema médico, sino que implica también valores religiosos, morales, éticos, sicológicos, sociales y sociológicos.

Entre las voces de desacuerdo, por parte de la Iglesia se refirió al tema el padre Luis Flores Quintana, vicario general de la Diócesis de Chillán y experto en teología moral, señalando que el catolicismo ha señalado en numerosas ocasiones que el alquiler del vientre de una mujer se considera una práctica aberrante y éticamente incorrecta. "Uno puede arrendar una bicicleta, una casa o un departamento, pero el cuerpo no se arrienda. La Iglesia tiene un discurso muy hermoso sobre el cuerpo humano y este hecho no se condice con la dignidad de la mujer", sostuvo el sacerdote.

"No todo lo técnicamente posible, es éticamente admisible. Yo me pregunto ¿qué pasaría si el niño resulta con malformaciones o si la dueña del útero se encariña con el bebé?", reflexiona el padre Luis Flores. Si la mujer que presta el "servicio" se arrepiente, dar un paso atrás es prácticamente imposible, ya que la pareja contratante cumple o corre con los gastos médicos y con el pago acordado, mientras que la que presta el vientre no tiene ningún derecho, ni compromiso sobre el o los niños que nazcan, siendo separados al momento del nacimiento, explica el religioso, para quien "se vulnera derechamente la dignidad de la mujer".

Fuente: Comunicaciones Chillán




 



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Obispo de Aisén lanza carta medioambiental ''El poder económico maneja al poder político y al judicial''

Obispo de Aisén lanza carta medioambiental
''El poder económico maneja al poder político y al judicial''
El emblemático sacerdote Luis Infanti lleva la batuta en la defensa del medio ambiente y por eso presentará la "Carta Pastoral del Agua", que hará pública junto al mítico teólogo de la Liberación. En entrevista con El Mostrador.cl sitúa al mismo nivel la depredación de la naturaleza con las violaciones a los derechos humanos cometidas en la dictadura y plantea una mirada ética-religiosa que rechaza la "venta" de los recursos naturales. Su propuesta es cambiar la Constitución y nacionalizar el vital elemento, todo, por cierto, en el contexto de su batalla contra Hidroaysén.

Claudia Urquieta Chavarría

Si durante los años 80 la Iglesia Católica llevó la voz cantante en la defensa de los derechos humanos en medio de la represiva dictadura militar, la cruzada actual que empieza a tomar fuerza en el mundo eclesiástico apunta a amparar los derechos medioambientales de los pobladores.

Y si antes el conflicto llevaba uniforme militar, hoy se viste de neoliberalismo. Atuendo que a ojos del obispo de Aysén, Luis Infanti, responde a una herencia directa del régimen de Augusto Pinochet y de su más arraigada hija: la Constitución.

Porque en su opinión, la Carta Magna que nos rige abrió las puertas a la "venta" del país y a que quien tenga plata "compre lo que quiera, incluyendo la conciencia de las personas". Pero lo más preocupante para este italiano radicado en Chile desde 1973, es el silencioso y progresivo traspaso de los recursos nacionales a holding extranjeros. Sobre todo los hídricos.

Por eso, el próximo 26 de agosto presentará "La Carta Pastoral del Agua" de más de 100 páginas y que seguirá en la línea de una primera misiva que escribió en 2006 y donde formuló 15 preguntas a la comunidad, promoviendo la reflexión en torno al tema medioambiental desde una mirada ética y espiritual, especialmente sobre el agua y los megaproyectos hidroeléctricos en general.

Pero esta vez el texto no sólo traerá preguntas, sino que apuntará a remover conciencias tanto a nivel ciudadano como gubernamental para la titánica tarea de cambiar la Constitución. Y la no menos complicada meta de abrir la ruta hacia la nacionalización del vital elemento.

La fecha elegida para difundir la misiva no es casual: ese día Leonardo Boff, uno de los principales mentores de la Teología de la Liberación y un ícono del movimiento ecologista de Brasil, se encontrará en Coyhaique y participará en la presentación del escrito. No fue fácil coordinar su llegada, pero, aprovechando un encuentro al que asistirá el brasileño en Bariloche, se hizo el enlace.

Pero la veta medioambiental promovida por Infanti también ha calado en otras latitudes: la fuerte arremetida de la Iglesia en proyectos como Pascua Lama en la Tercera Región, la creación de la Pastoral del Medio Ambiente en Villarrica o el trabajo medioambiental a través del Departamento de Acción Social (DAS) de Temuco, dan cuenta de un movimiento que va cobrando fuerza. Y cuya inspiración no vino del cielo, pero casi: las líneas se trazaron luego de la Quinta Conferencia del Episcopado en Aparecida, Brasil, en 2007, donde se incorporó a los mandamientos eclesiásticos el desarrollo sustentable y la activa participación de la Iglesia en el tema.

¿Cuáles son los principales temas a los que apunta en su carta?

-La problemática actual del medio ambiente, principalmente en torno al agua. Quiénes son los propietarios en Chile, qué uso se le da, cuál es el trato que recibe legalmente. También desde el punto de vista de la energía, sobre los usos varios que se la da al agua y qué energías son de vida y de muerte: ahí se trata específicamente lo relativo a las megarepresas. Y no me refiero sólo a HidroAysén, sino también a Xstrata Copper, que planea unas hidroeléctricas en los ríos donde fue el epicentro del terremoto el año pasado.

También me refiero al negocio del agua. Porque hay que tomar en cuenta que es uno de los elementos que escasean en el mundo, al punto de que se cree que para el año 2025, 40 por ciento de la humanidad no tendrá alcance al agua potable. Y eso legalmente hablando en Chile tiene un cuestionamiento muy serio.

Según su tesis, el sistema neoliberal ha delineado la realidad medioambiental del país ¿De qué forma se ha llegado a eso?

-Una sociedad consumista fruto de una política neoliberal desenfrenada lleva a que gastemos y gastemos siempre más, que busquemos un desarrollo cada vez más desmedido. Y todo desarrollo necesariamente pasa por usar bienes de la naturaleza. Sin embargo, el gran cuestionamiento de la crisis económica es que vamos destruyendo con este uso desmedido, haciendo morir el planeta.

Sin embargo hay fuentes de energía que no son contaminantes ni destructivas, como la solar, eólica o mareomotriz, todas ellas de un enorme potencial en Chile. Pero no existe una política energética de Estado, que deja que la empresa privada asuma la responsabilidad de la producción energética. Evidentemente los criterios esenciales de la empresa privada apuntan al menor gasto y mayor rentabilidad, por lo tanto va por lo más fácil. Me pregunto ¿es éticamente correcta esta postura?

¿Considera que el Gobierno hace la vista gorda al respecto?

-Esto es un problema de Estado, no del Gobierno. Por eso entiendo que sería importante que las autoridades elegidas asuman su responsabilidad de soberanía. Incluso, los bienes y el potencial energético medioambiental se convierta en un tema de Estado. Por eso que el asunto de las aguas de Aisén y su uso es un tema estatal, no un problema de privados.

Iglesia "verde"

¿Considera que la defensa del medio ambiente asumido por la Iglesia en varias regiones del país puede equipararse a la lucha por los derechos humanos liderada durante la dictadura?

-Lo que yo planteo es que aquí en Aisén por lo menos, así como en el Valle del Huasco con el proyecto minero Pascua Lama, el tema medioambiental es una violación de la misma intensidad al las violaciones a los Derechos Humanos. Echar a perder, violentar la naturaleza, es una agresión contra el ser humano y contra el creador de esa naturaleza. En ese sentido diría que es un pecado social grave, que tiene la misma intensidad valórica que violar los derechos y divinidad de la persona.

Pero aún el movimiento no es a nivel nacional…

- Es que en otras regiones todavía no tienen problemas tan relevantes ni emblemáticos, lo que no quiere decir que no tengan problemas medioambientales. Como aún el asunto es muy localizado, como Iglesia de Chile todavía no está muy calientito el tema que digamos. Pero creo que esta carta va a encender un fuego que espero arda.

¿Por qué debería "prender" esta carta?

-Al tener una mirada ética-bíblica y espiritual sobre temas relevantes como el agua y el medio ambiente, evidentemente tiene que alcanzar problemáticas políticas económicas, empresariales, populares. Y obviamente a la autoridad. De hecho, uno de los temas importantes que se tocan es la estructura del poder que hay en Chile: el poder político, económico y judicial es el mismo que había en tiempos de dictadura. De esto he hablado personalmente con la Presidenta Michelle Bachelet.

¿Y qué concluyeron?

-Conversamos…. El encuentro fue en el marco de lo que viví directamente en el Caso Aisén. Los hechos son tan contundentes que uno no lo puede desmentir: el poder económico maneja al poder político y al judicial, son una íntima unidad. Entonces hay una estructura de poder para mantenerse en el poder, y pasa lo mismo con el tema de las megarepresas, porque jurídicamente tienen todo los derechos asegurados. No hay ningún derecho que señale que están haciendo algo ilegal.


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Obispo de Aisén lanza carta medioambiental ''El poder económico maneja al poder político y al judicial''

Obispo de Aisén lanza carta medioambiental
''El poder económico maneja al poder político y al judicial''
El emblemático sacerdote Luis Infanti lleva la batuta en la defensa del medio ambiente y por eso presentará la "Carta Pastoral del Agua", que hará pública junto al mítico teólogo de la Liberación. En entrevista con El Mostrador.cl sitúa al mismo nivel la depredación de la naturaleza con las violaciones a los derechos humanos cometidas en la dictadura y plantea una mirada ética-religiosa que rechaza la "venta" de los recursos naturales. Su propuesta es cambiar la Constitución y nacionalizar el vital elemento, todo, por cierto, en el contexto de su batalla contra Hidroaysén.

Claudia Urquieta Chavarría

Si durante los años 80 la Iglesia Católica llevó la voz cantante en la defensa de los derechos humanos en medio de la represiva dictadura militar, la cruzada actual que empieza a tomar fuerza en el mundo eclesiástico apunta a amparar los derechos medioambientales de los pobladores.

Y si antes el conflicto llevaba uniforme militar, hoy se viste de neoliberalismo. Atuendo que a ojos del obispo de Aysén, Luis Infanti, responde a una herencia directa del régimen de Augusto Pinochet y de su más arraigada hija: la Constitución.

Porque en su opinión, la Carta Magna que nos rige abrió las puertas a la "venta" del país y a que quien tenga plata "compre lo que quiera, incluyendo la conciencia de las personas". Pero lo más preocupante para este italiano radicado en Chile desde 1973, es el silencioso y progresivo traspaso de los recursos nacionales a holding extranjeros. Sobre todo los hídricos.

Por eso, el próximo 26 de agosto presentará "La Carta Pastoral del Agua" de más de 100 páginas y que seguirá en la línea de una primera misiva que escribió en 2006 y donde formuló 15 preguntas a la comunidad, promoviendo la reflexión en torno al tema medioambiental desde una mirada ética y espiritual, especialmente sobre el agua y los megaproyectos hidroeléctricos en general.

Pero esta vez el texto no sólo traerá preguntas, sino que apuntará a remover conciencias tanto a nivel ciudadano como gubernamental para la titánica tarea de cambiar la Constitución. Y la no menos complicada meta de abrir la ruta hacia la nacionalización del vital elemento.

La fecha elegida para difundir la misiva no es casual: ese día Leonardo Boff, uno de los principales mentores de la Teología de la Liberación y un ícono del movimiento ecologista de Brasil, se encontrará en Coyhaique y participará en la presentación del escrito. No fue fácil coordinar su llegada, pero, aprovechando un encuentro al que asistirá el brasileño en Bariloche, se hizo el enlace.

Pero la veta medioambiental promovida por Infanti también ha calado en otras latitudes: la fuerte arremetida de la Iglesia en proyectos como Pascua Lama en la Tercera Región, la creación de la Pastoral del Medio Ambiente en Villarrica o el trabajo medioambiental a través del Departamento de Acción Social (DAS) de Temuco, dan cuenta de un movimiento que va cobrando fuerza. Y cuya inspiración no vino del cielo, pero casi: las líneas se trazaron luego de la Quinta Conferencia del Episcopado en Aparecida, Brasil, en 2007, donde se incorporó a los mandamientos eclesiásticos el desarrollo sustentable y la activa participación de la Iglesia en el tema.

¿Cuáles son los principales temas a los que apunta en su carta?

-La problemática actual del medio ambiente, principalmente en torno al agua. Quiénes son los propietarios en Chile, qué uso se le da, cuál es el trato que recibe legalmente. También desde el punto de vista de la energía, sobre los usos varios que se la da al agua y qué energías son de vida y de muerte: ahí se trata específicamente lo relativo a las megarepresas. Y no me refiero sólo a HidroAysén, sino también a Xstrata Copper, que planea unas hidroeléctricas en los ríos donde fue el epicentro del terremoto el año pasado.

También me refiero al negocio del agua. Porque hay que tomar en cuenta que es uno de los elementos que escasean en el mundo, al punto de que se cree que para el año 2025, 40 por ciento de la humanidad no tendrá alcance al agua potable. Y eso legalmente hablando en Chile tiene un cuestionamiento muy serio.

Según su tesis, el sistema neoliberal ha delineado la realidad medioambiental del país ¿De qué forma se ha llegado a eso?

-Una sociedad consumista fruto de una política neoliberal desenfrenada lleva a que gastemos y gastemos siempre más, que busquemos un desarrollo cada vez más desmedido. Y todo desarrollo necesariamente pasa por usar bienes de la naturaleza. Sin embargo, el gran cuestionamiento de la crisis económica es que vamos destruyendo con este uso desmedido, haciendo morir el planeta.

Sin embargo hay fuentes de energía que no son contaminantes ni destructivas, como la solar, eólica o mareomotriz, todas ellas de un enorme potencial en Chile. Pero no existe una política energética de Estado, que deja que la empresa privada asuma la responsabilidad de la producción energética. Evidentemente los criterios esenciales de la empresa privada apuntan al menor gasto y mayor rentabilidad, por lo tanto va por lo más fácil. Me pregunto ¿es éticamente correcta esta postura?

¿Considera que el Gobierno hace la vista gorda al respecto?

-Esto es un problema de Estado, no del Gobierno. Por eso entiendo que sería importante que las autoridades elegidas asuman su responsabilidad de soberanía. Incluso, los bienes y el potencial energético medioambiental se convierta en un tema de Estado. Por eso que el asunto de las aguas de Aisén y su uso es un tema estatal, no un problema de privados.

Iglesia "verde"

¿Considera que la defensa del medio ambiente asumido por la Iglesia en varias regiones del país puede equipararse a la lucha por los derechos humanos liderada durante la dictadura?

-Lo que yo planteo es que aquí en Aisén por lo menos, así como en el Valle del Huasco con el proyecto minero Pascua Lama, el tema medioambiental es una violación de la misma intensidad al las violaciones a los Derechos Humanos. Echar a perder, violentar la naturaleza, es una agresión contra el ser humano y contra el creador de esa naturaleza. En ese sentido diría que es un pecado social grave, que tiene la misma intensidad valórica que violar los derechos y divinidad de la persona.

Pero aún el movimiento no es a nivel nacional…

- Es que en otras regiones todavía no tienen problemas tan relevantes ni emblemáticos, lo que no quiere decir que no tengan problemas medioambientales. Como aún el asunto es muy localizado, como Iglesia de Chile todavía no está muy calientito el tema que digamos. Pero creo que esta carta va a encender un fuego que espero arda.

¿Por qué debería "prender" esta carta?

-Al tener una mirada ética-bíblica y espiritual sobre temas relevantes como el agua y el medio ambiente, evidentemente tiene que alcanzar problemáticas políticas económicas, empresariales, populares. Y obviamente a la autoridad. De hecho, uno de los temas importantes que se tocan es la estructura del poder que hay en Chile: el poder político, económico y judicial es el mismo que había en tiempos de dictadura. De esto he hablado personalmente con la Presidenta Michelle Bachelet.

¿Y qué concluyeron?

-Conversamos…. El encuentro fue en el marco de lo que viví directamente en el Caso Aisén. Los hechos son tan contundentes que uno no lo puede desmentir: el poder económico maneja al poder político y al judicial, son una íntima unidad. Entonces hay una estructura de poder para mantenerse en el poder, y pasa lo mismo con el tema de las megarepresas, porque jurídicamente tienen todo los derechos asegurados. No hay ningún derecho que señale que están haciendo algo ilegal.


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lunes, agosto 11, 2008

Les envío este riquisimo documento acerca de la Crsisis del bendictino padre Simon Arnold, residente en un MOnasterio del ALtiplano peruano... que les guste.

Tiempo de crisis, tiempo de esperanza.

 Simón Pedro Arnold o.s.b.

 

Queridos amigos y amigas,

 

Me es grato poder participar en este seminario que la Conferencia de Religiosos y Religiosas del Perú organiza en preparación a la quinta conferencia del episcopado latinoamericano y del Caribe. Refiriéndome al documento preparatorio del CELAM, me propongo centrar mi reflexión hoy en el punto IV que tiene como título: "Al inicio del tercer milenio". Este capítulo, en efecto, plantea los grandes desafíos del momento presente al discipulado y a la evangelización de nuestro continente. Intentaré, en estas páginas, hacer una lectura teológica de nuestro tiempo, enfocando de manera específica el carácter de crisis como lugar de revelación.

 

Crisis y Revelación: una lectura apocalíptica.

 

Podríamos decir, sin riesgo de equivocarnos que el evangelio, y, por lo tanto, la evangelización es, por definición y por vocación, una crisis de la Historia. En efecto, la Revelación evangélica no se presenta como un mensaje o un acontecimiento que caería del cielo, sino como una irrupción desde el seno mismo de la tierra, de la Historia humana. Con la encarnación de Dios en Jesús de Nazaret, la novedad surge  de las entrañas de la tierra, como lo evocaba ya, en términos tan bellos, el salmo 84: "La verdad germinará de la tierra". Es por este motivo que Jesús nos invita a leer los signos de los tiempos y que los ángeles de la Ascensión, en los Hechos, reprochan a los discípulos de tener la mirada fija en los cielos. El Concilio Vaticano II y, en su huella, las sucesivas conferencias del episcopado latinoamericano en el pasado, fueron precisamente un acto de retorno a la encarnación evangélica y un ejercicio de lectura de la historia como revelación.

 

Esta lectura de los signos de los tiempos tiene que ver con la inauguración del Reino en germen en medio de la humanidad y del cosmos. Esta inauguración, en sí, está articulada con la crisis de la historia que provoca el "acontecimiento Jesús". En el Nuevo Testamento, existen dos modalidades de discernimiento del Reino. La primera aparece en el discurso inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret, en Lucas 4. Los ciegos ven, los cojos andan, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. El cambio de la situación de los oprimidos de todo tipo es signo por excelencia de este comienzo de lo nuevo, como nos dice también Pablo en la segunda  los Corintios[1]. Pero el surgimiento del Reino tiene también otra clave de lectura desde el Apocalipsis: aquí el creyente discierne el inicio del mundo nuevo de Dios en la prueba y la persecución.

 

A través de estas dos modalidades del anuncio, podemos decir que la Revelación evangélica es una cierta lectura de la crisis: crisis del cambio radical de las relaciones y estructuras sociales en el proceso de liberación de las victimas de la historia, o, en palabras más modernas, crisis revolucionaria; crisis apocalíptica donde la misma opresión, el martirio, la prueba es reconocida como el dolor de parto de lo Nuevo.

 

Si nos referimos a la teología latinoamericana en los treinta últimos años, podemos decir que la clave de lectura privilegiada de la historia de nuestro continente fue la revolucionaria, especialmente descifrada con la simbólica del Éxodo. Desde varios años, sin embargo, intuimos, con una evidencia cada vez más cruel, que los tiempos han cambiado y que la crisis de tipo revolucionario ya no da cuenta de la realidad y no permite más discernir los signos de este tiempo.

 

En un primer momento se intentó comprender esta nueva etapa con categorías exílicas: al pasar de la modernidad a la postmodernidad, estaríamos transitando de una experiencia de liberación de Egipto a la manera del Éxodo, hacia una experiencia de pérdida y fracaso a la manera del Exilio en Babilonia. Pero, a la reflexión, y ante el desarrollo de las nuevas lógicas de la sociedad globalizada, de la postmodernidad y del mercado neoliberal mundial, me parece hoy que hemos entrado, más bien, en otra etapa de la Historia de nuestros pueblos que se aproximaría mejor con la crisis apocalíptica.

 

La crisis profética como experiencia de conversión.

 

Se sabe que la matriz del profetismo es siempre una crisis moral, religiosa y socio política del pueblo de Israel. El profeta surge, desde Moisés o Elías hasta Juan Bautista y Jesús, cada vez que el derecho de Dios es despreciado en el pobre, el pequeño y el débil. Es en este contexto que el Dios de los profetas es el Dios Goél que protesta ante el culto de los Baales, el desprecio del poder político y religioso ante las reglas morales y sociales de la Ley. En esta situación, Dios toma partido por las víctimas. Profetismo y crisis van, por lo tanto, siempre de la mano.

 

Pero, a su vez, el profetismo que nace en la crisis, se presenta como lo que podríamos llamar "la crisis de la crisis". En el lenguaje bíblico, esta crisis profética se llama conversión, literalmente: cambio radical. El profeta se presenta, en su persona, como un convertido en contexto de crisis, un "cambiado radicalmente" y, además, como un agente poderoso de conversión, de cambio radical.

 

En contraste con esta "identidad crítica" del verdadero profeta, el falso profeta es aquel que defiende el estatus quo, el promotor o el encubridor del continuismo de la injusticia y de la inmoralidad. Jeremías explica esta lectura muy claramente cuando pone como criterio del verdadero enviado que se cumpla su palabra[2]. En efecto, el verdadero profeta es aquel que, al ser él mismo víctima de lo que denuncia, asegura la pertinencia de su crítica y de sus amenazas desde Dios.

 

Paradójicamente, la esperanza profética, muy particularmente las promesas mesiánicas, tiene que ver con el cambio radical, la renovación y la restauración del orden de la justicia de Dios, restauración esperada del Mesías.

 

La Apocalíptica, como se sabe, es una evolución a la vez dramática y popular del mesianismo crítico de los profetas. Esta corriente, tardía en el pueblo de Israel, y que influenció poderosamente el medio donde vivió Jesús, se refiere a una situación totalmente desesperada, donde sólo una intervención directa, y ya no mediatizada por un Mesías, podría salvar al pueblo. Aquí la crisis parece no tener remedio y el pueblo creyente, victimado, espera una revancha desde arriba, una victoria de las fuerzas del cielo, una nueva creación. Con una simbólica más catastrofista y más popular que los profetas, los libros apocalípticos invitan a la paciencia y a la resistencia, viendo en la persecución de los justos y del pueblo creyente el signo anunciador por excelencia de esta esperada intervención divina, con carácter a la vez cósmico y político.

 

La pregunta que queda en discusión, en este momento de la Historia, ante la urgencia de leer los signos de los tiempos, es su clave de interpretación. ¿Nos toca esperar una era mesiánica a la manera de los profetas, en particular los profetas del Exilio, o es la hora de un cambio radical desde arriba, de una nueva creación? La temática profético-mesiánica es más familiar al lenguaje teológico de nuestro continente. Pero me parece que no faltan motivos para una interpretación apocalíptica de estos mismos signos[3]. Pues, ya no se trata de pecados personales de los reyes o del templo, como en los discursos proféticos. La crisis que nos toca vivir tiene rasgos cósmicos inquietantes (la crisis ecológica) y las fuerzas políticas y económicas en confrontación  ya no son simplemente particulares o limitadamente ideológicas (izquierda derecha, comunistas capitalistas) sino que cobran cada vez más, a mi parecer, aspectos globales y universales donde el mal y el bien se confrontan ontológicamente. Soy conciente de los riesgos de una afirmación de este corte y que, en América Latina y, más generalmente en el Occidente, no estamos acostumbrados a manejar la simbólica apocalíptica. Pero, a la reflexión, se trata quizás para la Iglesia y los teólogos que quieren servirla, de ensayar nuevas palabras, explorar la temática del cambio radical, de la crisis evangélica desde nuevas perspectivas más en consonancia con esta enigmática cultura nueva en proceso de germinación entre nosotros.

 

Vocación profética de la Iglesia y de la Vida Consagrada.

 

En este momento, como siempre, se confrontan varias eclesiologías ante los nuevos escenarios que surgen en la coyuntura de la Iglesia en América Latina. En este contexto algo polémico de nuevas configuraciones eclesiales, me parece importante reafirmar que el alma de la Iglesia es el profetismo. La vocación de la Iglesia es esencialmente carismática y este ser carismático se expresa de manera privilegiada en el llamado profético hecho a la comunidad y a los discípulos y discípulas de Jesús que la conforman. Retomando, por lo tanto, las intuiciones expresadas más arriba a propósito del profetismo en Israel, creo firmemente que la vocación histórica de la Iglesia es el ser "Crisis del Mundo" desde la inauguración del Reino que en Ella se ensaya.

 

A lo largo de la Historia, sin embargo, no son pocos los momentos y las circunstancias en los que la Iglesia hizo y hace figura de "falso profeta", lobos revestidos de ovejas como dice Jesús en san Mateo 7, cada vez que defiende o encubre el estatus quo, el continuismo de la injusticia y de los poderes abusivos. No importa que seamos cómplices de estos pecados por temor o por oportunismo estratégico. Me atrevería a decir que este falso profetismo eclesial cohabitó casi siempre con el profetismo verdadero. Según las diversas coyunturas, una voz parece dominar alternativamente la otra. Pero siempre, ora menos, ora más, estas dos corrientes están pugnando en el seno de la propia familia cristiana porque esta es, a la vez, irrupción de la Buena Noticia y reflejo de la espesura y pesantez humanas.

 

Es precisamente en el meollo de esta pugna intra-eclesial permanente que surge la Vida Consagrada. Ella, desde su fondo radicalmente carismático, asume, o tendría que asumir, la responsabilidad de poner a la Iglesia en crisis de Evangelio desde la interpelación del sufrimiento del mundo y de la irrupción del Reino como exigencia de cambio radical.

 

Sin embargo, una vez más, como si fuera la fatalidad cíclica de toda obra humana, históricamente la Vida Consagrada pecó y peca también, muchas veces, de "falso profetismo", haciéndose simple agente confortador de una Iglesia demasiado identificada con la mentalidad y los intereses del mundo.  Es interesante tener una visión panorámica de la historia de la Vida Consagrada. Siempre empieza como una protesta, un cuestionamiento profético marginal en el seno de la Iglesia. Pero, más o menos rápidamente, empieza a clericalizarse y a integrarse al aparato eclesiástico como su más ardiente defensora, que se trate de la Vida Consagrada masculina o femenina. Este ciclo histórico, felizmente, se ve a su vez cuestionado desde fuera, en general desde la esfera laical, con una exigencia de retorno a las fuentes evangélicas de nuestro discipulado. Así fue con los primeros monjes, los mendicantes, la Devotio Moderna etc. Así es hoy, ante una Vida Consagrada a menudo acomodada e identificada con lo eclesiástico. Me suena que hoy "la crisis de la crisis" para la Vida Consagrada y la Iglesia, es decir la voz verdaderamente profética, brota una vez más del laicado y no de los medios clericalizados.

 

¿Quién salvará la esperanza?

 

Detrás de este debate de repente demasiado sutil, se esconde una cuestión mucho más grave y urgente: el futuro de la esperanza para los hombres y mujeres de hoy en el mundo y en nuestro continente. Al plantear esta pregunta, volvemos al reto que la Vida Consagrada latinoamericana se está planteando con agudeza desde algunos años: volver a una mística con profetismo, volver a encarnar el profetismo en su terruño místico. En efecto, la esperanza no puede ser un discurso de promesas abstractas sino una experiencia de germinación encarnada. La mística es la fundación de toda verdadera esperanza y el combustible del profetismo que la pone en marcha en el hoy de la historia.

 

Lo que nos cuesta, en la Iglesia y la Vida Consagrada de hoy, es hacer una verdadera lectura mística de los signos de los tiempos. Nos cuesta porque, quizás, de alguna manera, estamos entre los beneficiarios, los privilegiados del sistema y nos conviene, aunque no queramos admitirlo, el estatus quo. Cuando el sistema está amenazado por sus propias contradicciones, implícitamente estamos nosotros mismos amenazados como institución. ¡Qué exigente es, para nuestra vida, mirar la realidad, no tanto con nuestros propios ojos, sino con los ojos evangélicos de Dios y desde el Dios del evangelio!

 

Toda coyuntura, en efecto, hasta las más oscuras, son propicias para releer el llamado del Señor. La postmodernidad es un tiempo diferente, en este sentido. Ya no se trata de un cuestionamiento agresivo a las incoherencias y ambigüedades del sistema religioso en general, como en los siglos XIX y XX. La postmodernidad es un distanciamiento tranquilo y silencioso respecto al cristianismo clásico y una exploración plural y algo informal de diferentes registros religiosos antiguos y nuevos mezclados. La Nueva Era, a mi parecer, expresa bastante adecuadamente esta búsqueda a la vez mística y cósmica, libre, plural y movediza, tan alejada de nuestras propuestas, tanto doctrinales como institucionales y comunitarias.  Leer los signos de los tiempos no consiste en interpretar el nuevo auge religioso potmoderno como una oportunidad de recuperación de los terrenos perdidos en el tiempo de la modernidad, sino como una interpelación a lo nuevo y a la refundación. El reto se encuentra en las capacidades místicas y proféticas de la Iglesia más allá de la supervivencia de estructuras probablemente ya obsoletas.

 

¿Cuales son, hoy  en la Iglesia y en la Vida Consagrada, estas nuevas instancias místicas y proféticas susceptibles de responder adecuadamente a las aspiraciones espirituales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? A esta pregunta existen actualmente dos tipos de respuestas bastante divergentes. Ante el caos postmoderno, donde los valores y las normas parecen haber perdido todo contorno preciso, los sectores más conservadores del catolicismo apuestan por lo que se suele llamar los nuevos (y a veces no tan nuevos) movimientos. Se trata de grupos mixtos, con base laica fuerte pero con ramas clericales y religiosas propias, fuertemente estructurados, con una ideología y una disciplina aparentemente férrea, de lealtad proclamada a la institución eclesial y a su jerarquía. Su estrategia es de conquista o, más bien, de reconquista, considerando a menudo que el pasado fue un desierto en cuanto a evangelización y que ha llegado la hora de la "tabula rasa" para emprender una nueva cruzada dentro del continente. Estos movimientos, que gozan actualmente de la confianza y de las simpatías de la autoridad eclesiástica, se valen de un enorme poder económico originado en las clases dominantes que los componen en su mayoría. Lejos del surgimiento de corte carismático de los años inmediatamente postconciliares, actualmente en fuerte crisis a nivel mundial, se refieren a modelos burgueses en el discurso, la forma y la simbólica en general. Estos movimientos de clase alta han logrado un crecimiento bastante vertiginoso en este continente, católico y a la vez conservador, desde México hasta Perú. El paradigma de estos nuevos movimientos latinoamericanos es, sin duda, el español Opus Dei que, en este concierto, hace figura de abuela experimentada y sabia ante la acostumbrada fogosidad y agresividad juvenil de sus hermanos más recientes y, quizás mas conservadores y rígidos aún. 

 

Sin lugar a duda, esta corriente tiene en América Latina, y especialmente en el Perú, el viento en popa. ¿Será de este lado que nos llegarán los nuevos aires místicos y proféticos que nos hacen cruelmente falta? Algunos lo piensan y hasta algunos sectores de la Vida Religiosa consideran que hay que comenzar el rescate del barco que se hunde a partir de estos presupuestos, a la vez posmodernos en la forma y trasnochados en el contenido.

 

Dudo fuertemente, personalmente, que esta sea la Buena Noticia que esperamos, a pesar del inmenso y sorprendente éxito de esta corriente, en este momento. Pronostico, más bien, que esta propuesta, mas encarnada en los valores de la sociedad privilegiada que en la profundidad de nuestras tradiciones y culturas, no tardará en chocar con sus propias contradicciones y límites y con la secular resistencia pasiva del mundo popular latino americano bajo todas sus formas. No doy mucho tiempo hasta que esta corriente se quiebre en el muelle fuerte de lo andino, de lo negro y de lo popular. Más grave: espero que esta estrategia deje transparentar lo más pronto posible sus evidentes incompatibilidades con el evangelio.

 

Frente al embate de esta nueva cruzada, orquestada desde arriba, quedan como siempre, los pobres. Por cierto, lo que fue el movimiento de opción por los pobres en la huella de la teología de la liberación, está hoy en una gravísima derrota.¿Qué queda de la utopía de la inserción de la Vida Religiosa, de la inculturación de la fe y de la espiritualidad? ¿Qué nos queda de la gran esperanza de las comunidades de base? Un pequeño resto de profetas convencidos y significativos, tanto en el mundo popular como entre agentes pastorales y misioneros. Pero un pequeño resto marginado y envejecido, a veces francamente perseguido por los nuevos dueños de la cancha. Conforman una generación reducida de verdaderos santos pero poco convincente para una generación joven insegura y fácilmente seducida por el espejismo de los nuevos movimientos.

 

Indudablemente, la opción por los pobres entra, a nivel eclesial, en una fase de semi-clandestinidad, o, por lo menos, de profundo anonimato. Paradójicamente, esta circunstancia es una gracia. Gracia de autocrítica de los que hemos creído, quizás de manera un poco superficial, en esta nueva alba conciliar y latinoamericana de la Iglesia. Es la hora de evaluar, de revisar y, sobre todo, de convertirse. Esta conversión se producirá, a mi manera de entender, en la medida que nos volvemos a situar al lado de los pobres de siempre y renunciamos, gozosos, a los pedazos de poder que habíamos conquistado en el seno de la institución eclesial. La opción nuestra es de cercanía estrecha a los que no tienen voz ni poder alguno. El testimonio místico y profético sólo puede surgir de esta impotencia solidaria, de esta resistencia con las víctimas de abajo, de la coherencia estricta de los estilos de vida con los discursos.

 

En estas condiciones, la nueva o renovada opción por los pobres, según  la formulación acuñada en la CLAR hace algunos años, es la única alternativa evangélicamente creíble de profetismo y de mística. Pero esto supone una purificación radical, un silenciamiento y un rejuvenecimiento del discipulado, una radicalidad orante, la búsqueda de estilos de vida profundamente nuevos y la renuncia total, sin ninguna nostalgia, al poder que todavía es nuestro en este continente con restos sólidos de Cristiandad. Este nuevo surgimiento místico y profético de la Iglesia y de la Vida Consagrada es el único en el que, personalmente, creo. Pero tendrá la lentitud y la profundidad de lo que, sin apariencia humana, germina en el terruño verdadero de la historia de los pueblos. Esta renovada opción por los pobres es, a mi modo de ver, la única  salvación de la esperanza si logramos liberarnos de las ideologías que nos encierran y tomar distancia de los escenarios anti-evangélicos donde se da la batalla de las fuerzas intra eclesiales de hoy en América. Quizás no veamos el advenimiento de lo que, apresuradamente, imaginamos hace unos años como un inminencia del Reino. Pero, desde la cercanía modesta con los preferidos de Dios, los Anawims de esta tierra, lo vislumbraremos con certeza aunque sea de lejos.

 

La esperanza: ¿utopía o nostalgia?

 

Quisiera concluir estas reflexiones, sistematizando algunas de las intuiciones propuestas a lo largo de esta páginas. Con toda evidencia, el desafío de hoy, como de siempre, es anunciar y designar el Reino. Pero ¿de qué Reino hablamos? A lo largo de la historia de la Iglesia siempre se han confrontado dos propuestas. La primera, la más profética, presenta siempre el Reino como horizonte de la historia, proyecto de Dios y de la humanidad, en germen en el corazón de esta misma historia. La otra versión, en constante pugna con esta primera, es de corte más institucional y, de cierta manera, más política. El Reino sería un modelo de sociedad perfecta, inaugurado ya, y casi acabado, para algunos, en la estructura eclesial. Ya no es un horizonte sino un modelo que hay que construir, preservar, recuperar etc. La tensión entre estas dos imágenes de Reino es la que existe entre una utopía, por definición nunca realizada y siempre por realizar, y un modelo nostálgico. Indudablemente, es esta segunda visión que domina el panorama eclesial hoy. Pero intuyo que, precisamente, la actual crisis de la Iglesia y la nuestra como Vida Consagrada es, más bien, una invitación a volver a mirar el horizonte del Reino con todos los riesgos que esta mirada implica en un mundo en turbulencias de valores y discursos. No creo que la salvación sea en una caminata de espalda a la historia y al horizonte evangélico, como lo hacemos hoy con una admirable convicción eclesiástica.

 

Dios siempre está delante. Desde el Éxodo, es el Señor que encabeza la marcha de su pueblo. Cuando se pone atrás es provisionalmente para proteger a Israel. Nunca para retroceder. Esta es, más bien, la tentación permanente y la nostalgia de Egipto, contraria a la voluntad de Dios. La crisis no es motivo para tener miedo y retroceder sino para convertirse y lanzarse en los caminos de la fe, caminos de futuro,.caminos de Dios. Desde Isaías hasta el Apocalipsis, nuestro Dios es aquel que, permanentemente, hace todo nuevo. Nunca restaura lo viejo.

 

Esto mismo, como siempre en la historia de la Salvación, es el dilema y el reto que nos lanza la postmodernidad. Pero, si Dios está delante de su pueblo, también lo que nos adelanta es la prueba pascual. El mar Rojo nos espera, la Cruz nos invita. Como dice la Carta a los Hebreos: "Todavía no hemos sufrido hasta la Sangre". Talvez sea una de estas horas históricas donde nuestro compromiso radical por Jesús y su evangelio nos exija el martirio.

 

Simón Pedro Arnold o.s.b.

 

Tiempo de crisis, tiempo de esperanza.

 Simón Pedro Arnold o.s.b.

 

Queridos amigos y amigas,

 

Me es grato poder participar en este seminario que la Conferencia de Religiosos y Religiosas del Perú organiza en preparación a la quinta conferencia del episcopado latinoamericano y del Caribe. Refiriéndome al documento preparatorio del CELAM, me propongo centrar mi reflexión hoy en el punto IV que tiene como título: "Al inicio del tercer milenio". Este capítulo, en efecto, plantea los grandes desafíos del momento presente al discipulado y a la evangelización de nuestro continente. Intentaré, en estas páginas, hacer una lectura teológica de nuestro tiempo, enfocando de manera específica el carácter de crisis como lugar de revelación.

 

Crisis y Revelación: una lectura apocalíptica.

 

Podríamos decir, sin riesgo de equivocarnos que el evangelio, y, por lo tanto, la evangelización es, por definición y por vocación, una crisis de la Historia. En efecto, la Revelación evangélica no se presenta como un mensaje o un acontecimiento que caería del cielo, sino como una irrupción desde el seno mismo de la tierra, de la Historia humana. Con la encarnación de Dios en Jesús de Nazaret, la novedad surge  de las entrañas de la tierra, como lo evocaba ya, en términos tan bellos, el salmo 84: "La verdad germinará de la tierra". Es por este motivo que Jesús nos invita a leer los signos de los tiempos y que los ángeles de la Ascensión, en los Hechos, reprochan a los discípulos de tener la mirada fija en los cielos. El Concilio Vaticano II y, en su huella, las sucesivas conferencias del episcopado latinoamericano en el pasado, fueron precisamente un acto de retorno a la encarnación evangélica y un ejercicio de lectura de la historia como revelación.

 

Esta lectura de los signos de los tiempos tiene que ver con la inauguración del Reino en germen en medio de la humanidad y del cosmos. Esta inauguración, en sí, está articulada con la crisis de la historia que provoca el "acontecimiento Jesús". En el Nuevo Testamento, existen dos modalidades de discernimiento del Reino. La primera aparece en el discurso inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret, en Lucas 4. Los ciegos ven, los cojos andan, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. El cambio de la situación de los oprimidos de todo tipo es signo por excelencia de este comienzo de lo nuevo, como nos dice también Pablo en la segunda  los Corintios[1]. Pero el surgimiento del Reino tiene también otra clave de lectura desde el Apocalipsis: aquí el creyente discierne el inicio del mundo nuevo de Dios en la prueba y la persecución.

 

A través de estas dos modalidades del anuncio, podemos decir que la Revelación evangélica es una cierta lectura de la crisis: crisis del cambio radical de las relaciones y estructuras sociales en el proceso de liberación de las victimas de la historia, o, en palabras más modernas, crisis revolucionaria; crisis apocalíptica donde la misma opresión, el martirio, la prueba es reconocida como el dolor de parto de lo Nuevo.

 

Si nos referimos a la teología latinoamericana en los treinta últimos años, podemos decir que la clave de lectura privilegiada de la historia de nuestro continente fue la revolucionaria, especialmente descifrada con la simbólica del Éxodo. Desde varios años, sin embargo, intuimos, con una evidencia cada vez más cruel, que los tiempos han cambiado y que la crisis de tipo revolucionario ya no da cuenta de la realidad y no permite más discernir los signos de este tiempo.

 

En un primer momento se intentó comprender esta nueva etapa con categorías exílicas: al pasar de la modernidad a la postmodernidad, estaríamos transitando de una experiencia de liberación de Egipto a la manera del Éxodo, hacia una experiencia de pérdida y fracaso a la manera del Exilio en Babilonia. Pero, a la reflexión, y ante el desarrollo de las nuevas lógicas de la sociedad globalizada, de la postmodernidad y del mercado neoliberal mundial, me parece hoy que hemos entrado, más bien, en otra etapa de la Historia de nuestros pueblos que se aproximaría mejor con la crisis apocalíptica.

 

La crisis profética como experiencia de conversión.

 

Se sabe que la matriz del profetismo es siempre una crisis moral, religiosa y socio política del pueblo de Israel. El profeta surge, desde Moisés o Elías hasta Juan Bautista y Jesús, cada vez que el derecho de Dios es despreciado en el pobre, el pequeño y el débil. Es en este contexto que el Dios de los profetas es el Dios Goél que protesta ante el culto de los Baales, el desprecio del poder político y religioso ante las reglas morales y sociales de la Ley. En esta situación, Dios toma partido por las víctimas. Profetismo y crisis van, por lo tanto, siempre de la mano.

 

Pero, a su vez, el profetismo que nace en la crisis, se presenta como lo que podríamos llamar "la crisis de la crisis". En el lenguaje bíblico, esta crisis profética se llama conversión, literalmente: cambio radical. El profeta se presenta, en su persona, como un convertido en contexto de crisis, un "cambiado radicalmente" y, además, como un agente poderoso de conversión, de cambio radical.

 

En contraste con esta "identidad crítica" del verdadero profeta, el falso profeta es aquel que defiende el estatus quo, el promotor o el encubridor del continuismo de la injusticia y de la inmoralidad. Jeremías explica esta lectura muy claramente cuando pone como criterio del verdadero enviado que se cumpla su palabra[2]. En efecto, el verdadero profeta es aquel que, al ser él mismo víctima de lo que denuncia, asegura la pertinencia de su crítica y de sus amenazas desde Dios.

 

Paradójicamente, la esperanza profética, muy particularmente las promesas mesiánicas, tiene que ver con el cambio radical, la renovación y la restauración del orden de la justicia de Dios, restauración esperada del Mesías.

 

La Apocalíptica, como se sabe, es una evolución a la vez dramática y popular del mesianismo crítico de los profetas. Esta corriente, tardía en el pueblo de Israel, y que influenció poderosamente el medio donde vivió Jesús, se refiere a una situación totalmente desesperada, donde sólo una intervención directa, y ya no mediatizada por un Mesías, podría salvar al pueblo. Aquí la crisis parece no tener remedio y el pueblo creyente, victimado, espera una revancha desde arriba, una victoria de las fuerzas del cielo, una nueva creación. Con una simbólica más catastrofista y más popular que los profetas, los libros apocalípticos invitan a la paciencia y a la resistencia, viendo en la persecución de los justos y del pueblo creyente el signo anunciador por excelencia de esta esperada intervención divina, con carácter a la vez cósmico y político.

 

La pregunta que queda en discusión, en este momento de la Historia, ante la urgencia de leer los signos de los tiempos, es su clave de interpretación. ¿Nos toca esperar una era mesiánica a la manera de los profetas, en particular los profetas del Exilio, o es la hora de un cambio radical desde arriba, de una nueva creación? La temática profético-mesiánica es más familiar al lenguaje teológico de nuestro continente. Pero me parece que no faltan motivos para una interpretación apocalíptica de estos mismos signos[3]. Pues, ya no se trata de pecados personales de los reyes o del templo, como en los discursos proféticos. La crisis que nos toca vivir tiene rasgos cósmicos inquietantes (la crisis ecológica) y las fuerzas políticas y económicas en confrontación  ya no son simplemente particulares o limitadamente ideológicas (izquierda derecha, comunistas capitalistas) sino que cobran cada vez más, a mi parecer, aspectos globales y universales donde el mal y el bien se confrontan ontológicamente. Soy conciente de los riesgos de una afirmación de este corte y que, en América Latina y, más generalmente en el Occidente, no estamos acostumbrados a manejar la simbólica apocalíptica. Pero, a la reflexión, se trata quizás para la Iglesia y los teólogos que quieren servirla, de ensayar nuevas palabras, explorar la temática del cambio radical, de la crisis evangélica desde nuevas perspectivas más en consonancia con esta enigmática cultura nueva en proceso de germinación entre nosotros.

 

Vocación profética de la Iglesia y de la Vida Consagrada.

 

En este momento, como siempre, se confrontan varias eclesiologías ante los nuevos escenarios que surgen en la coyuntura de la Iglesia en América Latina. En este contexto algo polémico de nuevas configuraciones eclesiales, me parece importante reafirmar que el alma de la Iglesia es el profetismo. La vocación de la Iglesia es esencialmente carismática y este ser carismático se expresa de manera privilegiada en el llamado profético hecho a la comunidad y a los discípulos y discípulas de Jesús que la conforman. Retomando, por lo tanto, las intuiciones expresadas más arriba a propósito del profetismo en Israel, creo firmemente que la vocación histórica de la Iglesia es el ser "Crisis del Mundo" desde la inauguración del Reino que en Ella se ensaya.

 

A lo largo de la Historia, sin embargo, no son pocos los momentos y las circunstancias en los que la Iglesia hizo y hace figura de "falso profeta", lobos revestidos de ovejas como dice Jesús en san Mateo 7, cada vez que defiende o encubre el estatus quo, el continuismo de la injusticia y de los poderes abusivos. No importa que seamos cómplices de estos pecados por temor o por oportunismo estratégico. Me atrevería a decir que este falso profetismo eclesial cohabitó casi siempre con el profetismo verdadero. Según las diversas coyunturas, una voz parece dominar alternativamente la otra. Pero siempre, ora menos, ora más, estas dos corrientes están pugnando en el seno de la propia familia cristiana porque esta es, a la vez, irrupción de la Buena Noticia y reflejo de la espesura y pesantez humanas.

 

Es precisamente en el meollo de esta pugna intra-eclesial permanente que surge la Vida Consagrada. Ella, desde su fondo radicalmente carismático, asume, o tendría que asumir, la responsabilidad de poner a la Iglesia en crisis de Evangelio desde la interpelación del sufrimiento del mundo y de la irrupción del Reino como exigencia de cambio radical.

 

Sin embargo, una vez más, como si fuera la fatalidad cíclica de toda obra humana, históricamente la Vida Consagrada pecó y peca también, muchas veces, de "falso profetismo", haciéndose simple agente confortador de una Iglesia demasiado identificada con la mentalidad y los intereses del mundo.  Es interesante tener una visión panorámica de la historia de la Vida Consagrada. Siempre empieza como una protesta, un cuestionamiento profético marginal en el seno de la Iglesia. Pero, más o menos rápidamente, empieza a clericalizarse y a integrarse al aparato eclesiástico como su más ardiente defensora, que se trate de la Vida Consagrada masculina o femenina. Este ciclo histórico, felizmente, se ve a su vez cuestionado desde fuera, en general desde la esfera laical, con una exigencia de retorno a las fuentes evangélicas de nuestro discipulado. Así fue con los primeros monjes, los mendicantes, la Devotio Moderna etc. Así es hoy, ante una Vida Consagrada a menudo acomodada e identificada con lo eclesiástico. Me suena que hoy "la crisis de la crisis" para la Vida Consagrada y la Iglesia, es decir la voz verdaderamente profética, brota una vez más del laicado y no de los medios clericalizados.

 

¿Quién salvará la esperanza?

 

Detrás de este debate de repente demasiado sutil, se esconde una cuestión mucho más grave y urgente: el futuro de la esperanza para los hombres y mujeres de hoy en el mundo y en nuestro continente. Al plantear esta pregunta, volvemos al reto que la Vida Consagrada latinoamericana se está planteando con agudeza desde algunos años: volver a una mística con profetismo, volver a encarnar el profetismo en su terruño místico. En efecto, la esperanza no puede ser un discurso de promesas abstractas sino una experiencia de germinación encarnada. La mística es la fundación de toda verdadera esperanza y el combustible del profetismo que la pone en marcha en el hoy de la historia.

 

Lo que nos cuesta, en la Iglesia y la Vida Consagrada de hoy, es hacer una verdadera lectura mística de los signos de los tiempos. Nos cuesta porque, quizás, de alguna manera, estamos entre los beneficiarios, los privilegiados del sistema y nos conviene, aunque no queramos admitirlo, el estatus quo. Cuando el sistema está amenazado por sus propias contradicciones, implícitamente estamos nosotros mismos amenazados como institución. ¡Qué exigente es, para nuestra vida, mirar la realidad, no tanto con nuestros propios ojos, sino con los ojos evangélicos de Dios y desde el Dios del evangelio!

 

Toda coyuntura, en efecto, hasta las más oscuras, son propicias para releer el llamado del Señor. La postmodernidad es un tiempo diferente, en este sentido. Ya no se trata de un cuestionamiento agresivo a las incoherencias y ambigüedades del sistema religioso en general, como en los siglos XIX y XX. La postmodernidad es un distanciamiento tranquilo y silencioso respecto al cristianismo clásico y una exploración plural y algo informal de diferentes registros religiosos antiguos y nuevos mezclados. La Nueva Era, a mi parecer, expresa bastante adecuadamente esta búsqueda a la vez mística y cósmica, libre, plural y movediza, tan alejada de nuestras propuestas, tanto doctrinales como institucionales y comunitarias.  Leer los signos de los tiempos no consiste en interpretar el nuevo auge religioso potmoderno como una oportunidad de recuperación de los terrenos perdidos en el tiempo de la modernidad, sino como una interpelación a lo nuevo y a la refundación. El reto se encuentra en las capacidades místicas y proféticas de la Iglesia más allá de la supervivencia de estructuras probablemente ya obsoletas.

 

¿Cuales son, hoy  en la Iglesia y en la Vida Consagrada, estas nuevas instancias místicas y proféticas susceptibles de responder adecuadamente a las aspiraciones espirituales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? A esta pregunta existen actualmente dos tipos de respuestas bastante divergentes. Ante el caos postmoderno, donde los valores y las normas parecen haber perdido todo contorno preciso, los sectores más conservadores del catolicismo apuestan por lo que se suele llamar los nuevos (y a veces no tan nuevos) movimientos. Se trata de grupos mixtos, con base laica fuerte pero con ramas clericales y religiosas propias, fuertemente estructurados, con una ideología y una disciplina aparentemente férrea, de lealtad proclamada a la institución eclesial y a su jerarquía. Su estrategia es de conquista o, más bien, de reconquista, considerando a menudo que el pasado fue un desierto en cuanto a evangelización y que ha llegado la hora de la "tabula rasa" para emprender una nueva cruzada dentro del continente. Estos movimientos, que gozan actualmente de la confianza y de las simpatías de la autoridad eclesiástica, se valen de un enorme poder económico originado en las clases dominantes que los componen en su mayoría. Lejos del surgimiento de corte carismático de los años inmediatamente postconciliares, actualmente en fuerte crisis a nivel mundial, se refieren a modelos burgueses en el discurso, la forma y la simbólica en general. Estos movimientos de clase alta han logrado un crecimiento bastante vertiginoso en este continente, católico y a la vez conservador, desde México hasta Perú. El paradigma de estos nuevos movimientos latinoamericanos es, sin duda, el español Opus Dei que, en este concierto, hace figura de abuela experimentada y sabia ante la acostumbrada fogosidad y agresividad juvenil de sus hermanos más recientes y, quizás mas conservadores y rígidos aún. 

 

Sin lugar a duda, esta corriente tiene en América Latina, y especialmente en el Perú, el viento en popa. ¿Será de este lado que nos llegarán los nuevos aires místicos y proféticos que nos hacen cruelmente falta? Algunos lo piensan y hasta algunos sectores de la Vida Religiosa consideran que hay que comenzar el rescate del barco que se hunde a partir de estos presupuestos, a la vez posmodernos en la forma y trasnochados en el contenido.

 

Dudo fuertemente, personalmente, que esta sea la Buena Noticia que esperamos, a pesar del inmenso y sorprendente éxito de esta corriente, en este momento. Pronostico, más bien, que esta propuesta, mas encarnada en los valores de la sociedad privilegiada que en la profundidad de nuestras tradiciones y culturas, no tardará en chocar con sus propias contradicciones y límites y con la secular resistencia pasiva del mundo popular latino americano bajo todas sus formas. No doy mucho tiempo hasta que esta corriente se quiebre en el muelle fuerte de lo andino, de lo negro y de lo popular. Más grave: espero que esta estrategia deje transparentar lo más pronto posible sus evidentes incompatibilidades con el evangelio.

 

Frente al embate de esta nueva cruzada, orquestada desde arriba, quedan como siempre, los pobres. Por cierto, lo que fue el movimiento de opción por los pobres en la huella de la teología de la liberación, está hoy en una gravísima derrota.¿Qué queda de la utopía de la inserción de la Vida Religiosa, de la inculturación de la fe y de la espiritualidad? ¿Qué nos queda de la gran esperanza de las comunidades de base? Un pequeño resto de profetas convencidos y significativos, tanto en el mundo popular como entre agentes pastorales y misioneros. Pero un pequeño resto marginado y envejecido, a veces francamente perseguido por los nuevos dueños de la cancha. Conforman una generación reducida de verdaderos santos pero poco convincente para una generación joven insegura y fácilmente seducida por el espejismo de los nuevos movimientos.

 

Indudablemente, la opción por los pobres entra, a nivel eclesial, en una fase de semi-clandestinidad, o, por lo menos, de profundo anonimato. Paradójicamente, esta circunstancia es una gracia. Gracia de autocrítica de los que hemos creído, quizás de manera un poco superficial, en esta nueva alba conciliar y latinoamericana de la Iglesia. Es la hora de evaluar, de revisar y, sobre todo, de convertirse. Esta conversión se producirá, a mi manera de entender, en la medida que nos volvemos a situar al lado de los pobres de siempre y renunciamos, gozosos, a los pedazos de poder que habíamos conquistado en el seno de la institución eclesial. La opción nuestra es de cercanía estrecha a los que no tienen voz ni poder alguno. El testimonio místico y profético sólo puede surgir de esta impotencia solidaria, de esta resistencia con las víctimas de abajo, de la coherencia estricta de los estilos de vida con los discursos.

 

En estas condiciones, la nueva o renovada opción por los pobres, según  la formulación acuñada en la CLAR hace algunos años, es la única alternativa evangélicamente creíble de profetismo y de mística. Pero esto supone una purificación radical, un silenciamiento y un rejuvenecimiento del discipulado, una radicalidad orante, la búsqueda de estilos de vida profundamente nuevos y la renuncia total, sin ninguna nostalgia, al poder que todavía es nuestro en este continente con restos sólidos de Cristiandad. Este nuevo surgimiento místico y profético de la Iglesia y de la Vida Consagrada es el único en el que, personalmente, creo. Pero tendrá la lentitud y la profundidad de lo que, sin apariencia humana, germina en el terruño verdadero de la historia de los pueblos. Esta renovada opción por los pobres es, a mi modo de ver, la única  salvación de la esperanza si logramos liberarnos de las ideologías que nos encierran y tomar distancia de los escenarios anti-evangélicos donde se da la batalla de las fuerzas intra eclesiales de hoy en América. Quizás no veamos el advenimiento de lo que, apresuradamente, imaginamos hace unos años como un inminencia del Reino. Pero, desde la cercanía modesta con los preferidos de Dios, los Anawims de esta tierra, lo vislumbraremos con certeza aunque sea de lejos.

 

La esperanza: ¿utopía o nostalgia?

 

Quisiera concluir estas reflexiones, sistematizando algunas de las intuiciones propuestas a lo largo de esta páginas. Con toda evidencia, el desafío de hoy, como de siempre, es anunciar y designar el Reino. Pero ¿de qué Reino hablamos? A lo largo de la historia de la Iglesia siempre se han confrontado dos propuestas. La primera, la más profética, presenta siempre el Reino como horizonte de la historia, proyecto de Dios y de la humanidad, en germen en el corazón de esta misma historia. La otra versión, en constante pugna con esta primera, es de corte más institucional y, de cierta manera, más política. El Reino sería un modelo de sociedad perfecta, inaugurado ya, y casi acabado, para algunos, en la estructura eclesial. Ya no es un horizonte sino un modelo que hay que construir, preservar, recuperar etc. La tensión entre estas dos imágenes de Reino es la que existe entre una utopía, por definición nunca realizada y siempre por realizar, y un modelo nostálgico. Indudablemente, es esta segunda visión que domina el panorama eclesial hoy. Pero intuyo que, precisamente, la actual crisis de la Iglesia y la nuestra como Vida Consagrada es, más bien, una invitación a volver a mirar el horizonte del Reino con todos los riesgos que esta mirada implica en un mundo en turbulencias de valores y discursos. No creo que la salvación sea en una caminata de espalda a la historia y al horizonte evangélico, como lo hacemos hoy con una admirable convicción eclesiástica.

 

Dios siempre está delante. Desde el Éxodo, es el Señor que encabeza la marcha de su pueblo. Cuando se pone atrás es provisionalmente para proteger a Israel. Nunca para retroceder. Esta es, más bien, la tentación permanente y la nostalgia de Egipto, contraria a la voluntad de Dios. La crisis no es motivo para tener miedo y retroceder sino para convertirse y lanzarse en los caminos de la fe, caminos de futuro,.caminos de Dios. Desde Isaías hasta el Apocalipsis, nuestro Dios es aquel que, permanentemente, hace todo nuevo. Nunca restaura lo viejo.

 

Esto mismo, como siempre en la historia de la Salvación, es el dilema y el reto que nos lanza la postmodernidad. Pero, si Dios está delante de su pueblo, también lo que nos adelanta es la prueba pascual. El mar Rojo nos espera, la Cruz nos invita. Como dice la Carta a los Hebreos: "Todavía no hemos sufrido hasta la Sangre". Talvez sea una de estas horas históricas donde nuestro compromiso radical por Jesús y su evangelio nos exija el martirio.

 

Simón Pedro Arnold o.s.b.

 

 

Atte.


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