martes, febrero 02, 2010

Dónde va a parar la Internet …

Dónde va a parar la Internet …

Para el filósofo italiano Umberto Galimberti (Il Gioco Delle Opinioni – The Game de comentarios), el símbolo del héroe moderno debe ser Ulises, rey de Itaca, por la invención del caballo de Troya, en cuyo seno se escondió soldados que abrieron por la noche las puertas de la ciudad. Porque Ulises sería portador de los valores básicos que serían necesarios de una sociedad moderna, el engaño y astucia.

Volvía a traducir estas palabras, para darles mínimo de dignidad, astucia pasa a ser la "capacidad de encontrar el punto de equilibrio entre fuerzas opuestas." Si bien la mentira significa "habitar la diferencia entre apariencia y realidad," y también "escapar de la ingenuidad de los que creen que las cosas son siempre lo que parecen ser." Con Ulises se inaugura la doble conciencia de la realidad y de su máscara. Es también lo que sucede con la Internet, la oposición aparentemente irreconciliable entre hoy y mañana. Puesto que las soluciones dadas, atendiendo a lo que parece necesario o razonable en el presente, serán capaces de comprometer irreversiblemente el futuro; mientras que sólo la plácida espera de ese futuro, hoy poco probable, puede ser suficiente para degradar el presente al punto de convertirlo en intolerable.

El comentario de José Paulo Cavalcanti fue publicado por el diario O Estado de S. Paulo, 10/01/2010.

El escenario de ese aparente drama es que nosotros estamos convirtiendo en una impresentidamente nueva civilización, probablemente ni mejor ni peor que las anteriores. Sólo diferente. Y tal vez aún no seamos capaces de comprender en toda su extensión, el "mito de la era de la información". Son otros los valores, otros patrones de organización social, otros procesos de transmisión de conocimientos, alterando las bases tradicionales de la economía, la religión, la historia, la cultura misma. Y ahora la cuestión no es si las nuevas tecnologías de información cambiarán nuestra forma de vida, sino cómo lo harán. Este desarrollo extraordinario se procesa en dos dimensiones principales. Una técnica, que es la mejora constante en la cantidad, calidad y velocidad de transmisión de la información, el otro cultural, interfiriendo con nuestros padrones de convivencia, produciendo lo que François Brune (La Comunicación social Víctima de los negociantes) llama la "mercantilización de lo imaginario. Nuestras ciudades, no por casualidad, están pobladas por cenicientas suburbanas que sueñan secretamente con el esplendor inverosímil de otra vida que nunca tendrá.. Suspirando ocultas en sus habitaciones humildes, en espera del príncipe encantado en que se convierte en el galán de la telenovela de las 8, en la televisión; o amigos, algunos próximos, otros intangibles, en las redes sociales como en los orkuts de la vida. Condenados a vivir vidas paralelas, como si la miseria de su existencia requeriría la contraparte de ese "Dorado al que se llega solo girando un botón. O tocando algunas teclas.

Para el filósofo español Ferrater Mora (Diccionario de Filosofía), "la paradoja fascina porque propone algo que parece asombroso sea como se dice que es". Y la paradoja, para la Internet, es la pretensión de que deba ser, necesariamente, la única actividad libre de controles democráticos. Porque relaciones en comunidad son siempre construidas a partir de controles sociales. Tenemos interferencia en todos los sectores. En el tráfico, sólo se puede conducir con licencia de conducir, el automóvil debe ser registrado, el cinturón de seguridad es obligatorio, la luz roja debe ser respetado, tenemos por el contrario, estacionamiento prohibido, límite de velocidad permitida, y nadie pensó nunca que estos límites violan la libertad de circulación, consagrado en la Constitución como derecho individual e inmutable. Siendo natural de que algún tipo de control social, democrático, se opere también en relación a la Internet. Un control que se realizará de su inevitable reglamentación. La Internet será regulada cuando esté lista para ser regulada. Va a cambiar, precisamente, para ser regulada. En otras palabras, podrá ser regulada, porque va a cambiar. En el futuro, por supuesto, cuando estemos todos muertos, tal vez. Probablemente dejando de ser la Internet como la conocemos hoy, para ser algo parecido. Manteniendo sólo el nombre. O ni siquiera eso.

Solo para constar, sea dicho aquí que, en el corazón de las personas, poco a poco se fue dando la tragedia. Terminamos confiando más ciegamente en las máquinas. En primer lugar en el computador, por supuesto. Después de la Internet. Hemos perdido la razón crítica. Nos desacostumbramos a interrogar. Dudar, para muchos, termina siendo una herejía. Si Dios es omnisciente, el nuevo dios de la muchachada existe y su nombre es Google (por ahora). Según una leyenda moderna, las máquinas no cometen errores. El problema es que si se equivocan se debe a un error por el programador o por su cuenta. Estamos desaprendiendo la belleza de cometer un error por nuestras propias equivocaciones.

Hace tiempo investigué dónde estaba la mesa, en los viejos romances; y era siempre el lugar más importante en la casa.. El centro de la vida familiar. En el comedor de otros tiempos nos miramos de frente, el uno al otro. Luego vino la televisión. La familia pasó a quedarse en el sofá, hombro con hombro, con la pantalla en el frente. Después de ojo a ojo, oreja a oreja. Pasamos a hablarnos de lado. Sin dar más importancia al brillo del rostro de los seres queridos. Pero en la televisión, por lo menos estamos (casi) siempre acompañados. El computador es, peor aún, es un hábito de de quien no le gusta mirar de frente. De quien no le gusta la gente. ¿Cuántos de nosotros pasamos noches enteras en compañía de esas máquinas que sólo responden lo que les preguntamos? No hay más tiempo para reunirse con amigos. Para jugar al dominó al final de la tarde. Estamos empezando a vivir el terrible mundo del futuro. La Democracia de la soledad. La conclusión de esta pequeña fábula contada aquí, que no es fábula, será sólo la de que el Internet hoy va a cambiar. Así como el hombre que la digita. Cambiarán los dos. Para mejor? No lo sé. Nadie lo sabe.

Fuente: IHU – Instituto Humanitas – Unisinos
 

Atte.


P.MAURICIO ARANCIBIA PORTILLA
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