miércoles, octubre 29, 2008

Cartas de Prisión



 

 

Frei Betto

Estoy gravemente enfermo. Me gustaría manifestar públicamente mis excusas a todos los que confiaron
ciegamente en mí. Creyeron en mi presunto poder de multiplicar fortunas.  Depositaron en mis manos el fruto de años de trabajo, de economías
familiares, el capital de sus emprendimientos.

Pido disculpas a quien mira a sus economías evaporase por las chimeneas  virtuales de las bolsas de valores, así como a aquellos que se
encuentran asfixiados por la imposibilidad de pagar, los intereses  altos, la escasez de crédito, la proximidad de la recesión.

Sé que en las últimas décadas extrapolé mis propios límites. Me convertí  en el rey Midas, creé alrededor mío una legión de devotos, como si yo
tuviese poderes divinos. Mis apóstoles –los economistas neoliberales  salieron por el mundo a pregonar que la salud financiera de los países
estaría tanto mejor cuanto más ellos se arrodillasen a mis pies.

Hice que gobiernos y opinión pública crean que mi éxito sería  proporcional a mi libertad. Me desaté de las amarras de la producción y
del Estado, de las leyes y de la moralidad. Reduje todos los valores al  casino global de las bolsas, transformé el crédito en producto de
consumo, convencí a una parte significativa de la humanidad de que yo  sería capaz de operar el milagro de hacer brotar dinero del propio
dinero, sin el lastre de bienes y servicios.

Abracé la fe de que, frente a las turbulencias, yo sería capaz de auto-regularme, como ocurría con la naturaleza antes de que su
equilibrio sea afectado por la acción predatoria de la llamada  civilización. Me volví omnipotente, me supuse omnisciente, me impuse al
planeta como omnipresente. Me globalicé.

Llegué a no dormir nunca. Si la Bolsa de Tokio callaba por la noche, allá estaba yo eufórico en la de São Paulo; si la de Nueva York cerraba
a la baja, yo me recompensaba con el alza de Londres. Mi pregón en Wall Street hizo de su apertura una liturgia televisada para todo el orbe terrestre. Me transformé en la cornucopia de cuya boca muchos creían que  sabría siempre de chorrear riqueza fácil, inmediata, abundante.

Pido disculpas por haber engañado a tantos en tan poco tiempo; en  especial a los economistas que mucho se esforzaron para intentar
inmunizarme de las influencias del Estado. Sé que, ahora, sus teorías se  derriten como sus acciones, y el estado de depresión en que viven se
compara al de los bancos y de las grandes empresas.

Pido disculpas por inducir multitudes a acoger, como santificadas, las  palabras de mi sumo pontífice Alan Greenspan, que ocupó la sede
financiera durante diecinueve años. Admito haber incurrido en el pecado  mortal de mantener los intereses bajos, inferiores al índice de la
inflación, por largo periodo. Así, se estimuló a millones de  usamericanos a la búsqueda de realizar el sueño de la casa propia.
Obtuvieron créditos, compraron inmuebles y, debido al aumento de la  demanda, elevé los precios y presioné la inflación. Para contenerla, el
gobierno subió los intereses... y el no pago se multiplicó como una  peste, minando la supuesta solidez del sistema bancario.

Sufrí un colapso. Los paradigmas que me sustentaban fueron engullidos  por el imprevisible agujero negro de la falta de crédito. La fuente se
secó. Con las sandalias de la humildad en los pies, ruego al Estado que  me proteja de un deceso vergonzoso. No puedo soportar la idea de que yo,
y no una revolución de izquierda, sea el único responsable por la  progresiva estatización del sistema financiero. No puedo imaginarme
tutelado por los gobiernos, como en los países socialistas. Justo ahora  que los bancos centrales, una institución pública, ganaban autonomía en
relación a los gobiernos que los crearon y tomaban asiento en la cena de  mis cardenales, ¿que es lo que veo? Se desmorona toda la cantaleta de
que fuera de mí no hay salvación.

Pido disculpas anticipadas por la quiebra que se desencadenará en este  mundo globalizado. ¡Adiós al crédito consignado! Los intereses subirán
en la proporción de la inseguridad generalizada. Cerrados los grifos del  crédito, el consumidor se armará de cautela y las empresas padecerán la
sed de capital; obligadas a reducir la producción, harán lo mismo con el  número de trabajadores. Países exportadores, como Brasil, tendrán menos
clientes del otro lado de la barra; por lo tanto, traerán menos dinero  hacia sus arcas internas y necesitarán repensar sus políticas económicas.

Pido disculpas a los contribuyentes de los países ricos que ven como sus  impuestos sirven de boya de salvación de bancos y financieras, fortuna
que debería ser invertida en derechos sociales, preservación ambiental y  cultura.

Yo, el mercado, pido disculpas por haber cometido tantos pecados y, ahora, transferir a ustedes el peso de la penitencia. Sé que soy cínico,
perverso, ganancioso. Sólo me resta suplicar que el Estado tenga piedad de mí.

No oso pedir perdón a Dios, cuyo lugar pretendí ocupar. Supongo que, a  esta hora, Él me mira allá desde la cima con aquella misma sonrisa
irónica con que presenció la caída de la Torre de Babel. (Traducción ALAI)

- Frei Betto es escritor, autor de "Cartas da Prisão" (Agir), entre
otros libros.


Más información: http://alainet.org

 



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