viernes, febrero 05, 2010

Gran Torino de Clint Eastwood: Una parábola cristiana /Sergio Guzmán (Cine para el año sacerdotal)

Gran Torino de Clint Eastwood: Una parábola cristiana

Walt Kowalski (interpretado magistralmente por Clint Eastwood) es un viudo más bien antipático, con cara de pocos amigos, racista (Recordemos como se dirige a sus vecinos orientales: "ratas de pantano", "malditos bárbaros"), veterano de la Guerra de Corea (conserva un rifle M1 y una medalla de honor; pero también una culpa que lo atormenta), "sabe más de la muerte que de vivir" (como le dice el padre Janovich cuando hablan sobre la muerte y la vida, el dolor y la salvación), amante de los autos clásicos (trabajó en la Ford y cuida como una joya su Gran Torino modelo 1972), padre de dos hijos con los que está distanciado.

El padre Janovich (Christopher Carley), es un sacerdote de 27 años, recién ordenado, fiel a su ministerio, comprometido con la gente (lo vemos portando su alzacuello pero también con ropa casual; lo vemos predicando en el templo pero también yendo a las casas, en la calle, incluso en un bar). Está interesado por los problemas de su comunidad, por la paz en el barrio, por las personas en concreto. Así se lo hace saber a Walt Kowalski, a quien busca después del funeral de la esposa de éste: "Yo cuido a mi rebaño pero su esposa me hizo prometerle cuidarlo más a usted". A pesar del rechazo y la incomprensión (Walt le espeta: "¿por qué no atiende a sus otras ovejas?" y la hace saber que no le interesa mucho la Iglesia y menos confesarse), él, como el buen pastor,lo busca, le interesa su vida, se compadece, quiere que no se pierda (Cf. Mt 9, 36; Lc 15, 4-7; Jn 10, 11-16).

La imagen del buen samaritano (Cf. Lc 10, 25 37) también está presente en la película. Kowalski ayuda a componer el auto de su vecino de la etnia hmong a pesar de verlo como enemigo; a Thao, también vecino a quien llama "Cabeza de cierre", lo defiende de su primo que quiere llevarlo a la fuerza a su pandilla, lo recibe en su casa a pesar de haber intentado robarle su coche; a Sue (hermana mayor de Thao) la defiende en la calle del acoso de tres violentos afroamericanos, la lleva a su casa, se preocupa por ella. Aquellos a quien en un principio miraba con recelo y desprecio no solamente los ayuda y protege, sino los va viendo como amigos, como hermanos. Esto es recíproco. La mamá de estos muchachos, su familia, incluso la gente del barrio (la mayoría inmigrantes asiáticos), lo ven como héroe, como un salvador. Las flores, regalos y comida que le deja en su puerta en señal de gratitud son abundantes en contraposición a los regalos tan simples y de poca utilidad que le dan en su cumpleaños uno de sus hijos tan interesado en el dinero y tan distante de él.

La imagen del padre bueno (Cf. Lc 15, 11-32), está muy presente. Kowalski va aprendiendo a ser en verdad un padre bueno. Le habla a uno de sus hijos teniendo en frente los resultados nada alentadores de unos análisis clínicos, como para ponerse bien con ellos, pregunta por su nuera y sus nietos. El hijo apenas lo atiende, está muy ocupado haciendo cuentas. Cuando finalmente y con libertad va a confesarse, reconoce y se arrepiente porque no ha tenido buena relación con sus dos hijos. La relación con Thao y Sue es casi ejemplar. El viejo Walt se va convirtiendo en un padre para Theo: lo cuida, lo protege, le compra herramientas, le enseña a reparar cosas y cómo conquistar a una chica, le presta su coche, le ayuda a buscar trabajo… Sue se alegra por ello pues decía que a su hermano le faltaba dirección en su vida. Para ella Walt es también como un padre. Incluso en un momento le llega a confesar: "Ojala y mi padre hubiera sido como tú".

Finalmente está la imagen del redentor, de aquel que da vida, que entrega todo lo que tiene (Cf. Jn 12, 23-24; Lc 21, 1-4). Una imagen que ya ha aparecido en otras películas de Clint Eastwood como El Jinete Pálido (The Pale Rider, 1985). Nuestro protagonista, Walt Kowalski, después de una noche oscura llena de dudas, de hacerse un traje a la medida, de ir a confesarse, de sentirse en paz; camina decido, sin ningún arma, a enfrentar a la pandilla que tanta muerte ha traído al barrio. Solo lleva sus cigarros y un encendedor que guarda en la bolsa de su camisa. Los desafía, denuncia sus injusticias y maldad. Saca un cigarro, les pide lumbre. Se lleva la mano al pecho para sacar su encendedor. Una ráfaga de disparos acaba con su vida. Lo vemos caer de espaldas, con los brazos abiertos. Desde arriba contemplamos su cuerpo en cruz. En su mano derecha vemos el encendedor y un hilo de sangre que corre por ésta. Nuestro protagonista, también como el padre Janovich, es un buen pastor que ha dado la vida por sus ovejas (Cf. Jn 10, 11). Podemos pensar también en la imagen del cordero pascual que derrama su sangre por la salvación de todos (Cf. 1Pe 1, 18-19).

El padre Janovich ha sufrido también una transformación. En el funeral de su amigo Walt (ya no Sr. Kowalski), le comparte a su feligreses: Walt Kowalski me dijo que yo no sabía nada de la vida o de la muerte porque era un chico estudioso, de 27 años, virgen, que consolaban viejas supersticiosas y les prometía eternidad. Walt decía las cosas como las veía. Pero tenía razón. No sabía nada de la vida o de la muerte hasta que conocí a Walt. Y cómo aprendí".

Conclusión

A sus 79 años Clint Eastwood nos entrega, como testamento o herencia, esta joya cinematográfica; así como Walt Kowalski le dejó al joven Thao su Gran Torino. Gran Torino es una película pertinente para ver y comentar en este Año Sacerdotal. Gran Torino es una gran parábola cristiana. Aprovechémosla para renovar nuestro interior, para dialogar con el mundo y ofrecer un testimonio evangélico de esperanza, reconciliación y de paz.
 


 



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