miércoles, octubre 22, 2008

Sexualidad y evangelio

¿Qué nos sugiere el Evangelio, tal como lo conocemos en nuestra experiencia vital, sobre estos temas de familia, sexualidad y mujer? ¿Qué "buenas nuevas" surgen del Evangelio que puedan iluminar la realidad actual, sea personal, social, cultural, eclesial? ¿Qué novedad comunica la fe sobre estos temas? En forma previa a la reunión, se envió como lectura sugerente el capítulo El hombre y la mujer a imagen de Dios: teología bíblica de la sexualidad, tomado de FUCHS, E, Deseo y ternura. Fuentes e historia de una ética cristiana de la sexualidad y el matrimonio, Desclée De Brouwer, 1995, 35-57.

Buenas Nuevas que se reconocen en la Sagrada Escritura (SE)


La SE afirma expresamente la bondad de todo lo creado. El cristianismo no es maniqueo, no hay nada creado que sea demoníaco en sí mismo. El punto es cuál es la relación que se establece, desde la libertad, con esto que es bueno. La SE, por tanto, no es hostil ni condena la sexualidad. Así, por ejemplo, en el Antiguo Testamento se encuentra una antropología unitaria, no dualista, en que se comprende al ser humano desde su cuerpo. Incluso, el pueblo mismo como comunidad conforma un cuerpo. En san Pablo, por su parte, se opone una sexualidad-relación (todo el ser de uno en compromiso con todo el ser del otro) a una sexualidad-deporte, que no asume la totalidad del propio ser y hace del cuerpo propio y ajeno algo sólo instrumental.


Afirma también la SE la maravilla de la diferenciación sexual en numerosos textos. ¡Viva la diferencia! Ésta sostiene la atracción, esa tendencia a salir de sí e ir al otro, en búsqueda de encuentro y complementación. Es verdad que se ha luchado mucho para superar las diferencias, pero no por ser diferencias, sino porque algunas de ellas son fuente de exclusión y marginación. Por otra parte, los conflictos no nacen de las diferencias sin más, sino de las diferencias no reconocidas ni aceptadas. No es bueno que el hombre esté solo. El pecado, en buena medida, aparece como rompimiento de la conciencia de alteridad. Ahora bien, esto deja en el aire una pregunta: la afirmación de la diferenciación sexual y su vocación a la complementación, ¿implica una condena de la homosexualidad?


La diferenciación sexual también implica la presencia de rasgos femeninos y masculinos en cada uno de nosotros. Y el Evangelio constata esto. Así, por ejemplo, María es la mujer valiente que se atreve con los prejuicios sociales de su época –rasgo "masculino". Y Jesús, por su parte, reconoce su miedo, y se muestra tierno y piadoso –rasgos "femeninos".


En numerosos textos de los evangelios se aprecia la ternura y dignificación que Jesús hace de la mujer. En la época, no se verifica esa relación de igualdad entre varón y mujer (¡ésta es carne de mi carne y hueso de mis huesos!). Jesús busca corregir esto, considerando a la mujer como a una igual.

El mismo texto sobre el divorcio (¿cuándo repudiar?) apunta a levantar el status de la mujer. Prohibir el divorcio es una protección para la mujer. Jesús tuvo discípulas.
Lo usual en ese tiempo es que los discípulos se acerquen a los maestros y pidan ser aceptados.
En cambio, Jesús sale a buscar y llamar, y hay mujeres entre sus seguidoras. En el pasaje de la curación de una mujer con flujo menstrual, Jesús trata con naturalidad y delicadeza a quien está en una situación considerada en la época de máxima impureza. Algunas interpretaciones sugieren también que el Evangelio de San Juan es, en verdad, Evangelio de Santa Juana. De hecho, el rol de las mujeres en la Iglesia primitiva es muy significativo y central.


Criterios de interpretación de la Sagrada Escritura

Si estamos reconociendo las buenas nuevas de la SE sobre familia, mujer y sexualidad, cabe preguntarse sobre este acto de interpretación. Toda lectura, en efecto, la hace un sujeto que ya posee criterios de relevancia y opera con ciertos enfoques. Así, por ejemplo, el paradigma hermenéutico que estamos utilizando, parece estar marcado por el afán de humanización, que es una temática típicamente moderna. ¿Desde dónde estamos leyendo el Evangelio? De este modo, perspectivas interpretativas diversas permiten descubrir riquezas en la SE que perspectivas anteriores no habían visto del todo.

Por otra parte, y en el contexto de un discurso eclesial sobre la sexualidad marcadamente normativo, es bueno traer a la conciencia que el Evangelio se desarrolla en una lógica de superabundancia y exceso –la exageración de un Dios que ama hasta la muerte en cruz. Justicia, sí, pero mejor Amor. El Evangelio pertenece más al orden de lo poético que de lo ético. El criterio interpretativo, por tanto, no es la restricción, sino el exceso del amor de Dios. Por ello, el Evangelio resulta apropiado como base y aliado para dialogar sobre la sexualidad –realidad también más poética y desmesurada. Hay que constatar, en este sentido, que el Antiguo Testamento es liberal: relata historias amorosas, nombra el sexo y habla de sexo. El puritanismo no aparece.


Problemas y desafíos actuales


¿Qué pasó históricamente que se fue perdiendo esa comprensión bíblica más positiva de la sexualidad?


El discurso hoy es marcadamente normativo y expresa temor a lo sexual. Una hipótesis explicativa puede ser que el proceso moderno de secularización ha implicado que los valores cristianos pierden paulatinamente el respaldo de su fuente de sentido (P. Berger). En los evangelios, Jesús no habla de sexo. Y M. Foucault ha mostrado que la obsesión con lo sexual es asunto moderno. La modernidad europea está marcada por el puritanismo y, por tanto, ha tenido dificultades para una acogida positiva de la sexualidad. En este sentido, el origen de este problema no estaría tanto en la Iglesia católica, cuanto en la cultura moderna. La Iglesia tradicional acepta la sexualidad, le da su lugar, también cuando la considera tentación y pecado. Mal que mal, el pecado se perdona. Sin embargo, parece habérsenos metido dentro esta dificultad moderna.


Por otra parte, se cae en ideologizaciones. Una justificación que se da para fundar la prohibición de comulgar de divorciados que viven en pareja es que su situación está en contradicción objetiva con el sentido del sacramento del matrimonio, signo de la unión de amor entre Cristo y su Iglesia. El Antiguo Testamento ya expresaba en clave esponsal la relación de Dios con su pueblo. Esta metáfora resulta positiva cuando permite una mutua iluminación entre la relación con Dios y la relación con los otros. Pero es negativa cuando la metáfora funciona como instrumento ideológico. El fracaso personal no coincide con un fracaso divino sin más. Este discurso termina culpabilizando y no liberando. No es posible experimentarlo en clave de misericordia.


También se puede argüir que el discurso eclesial sobre sexualidad carga con elementos mágicos y míticos: la sexualidad se experimentaría como cargada con una especie de tiña simbólica. Esto, por ejemplo, se manifestaría en la dificultad que tiene la Iglesia para acompañar (y no únicamente normar y condenar) el despertar sexual, proceso maravilloso y delicado. Si todo es bueno y hay libertad responsable, entonces se supera la mentalidad mágica, más arcaica. En este sentido, resulta interesante apuntar que el documento de síntesis para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida 2007) insiste en la tarea eclesial de acompañamiento.

Pero también se podría preguntar por qué la Iglesia tendría que acompañar más cercanamente esta área de la vida, imponiéndose una tarea traumática y angustiante. A lo mejor, esto ya no es posible en tiempos secularizados. Además, si se le quita la función normativa a la Iglesia en el ámbito social, ¿con qué se queda? Religión es norma fundamental. Hay un problema radical en la existencia, justamente la necesidad de norma para exorcizar el caos. Aunque cabe en las normas un más y un menos en orden a la humanización. Del prohibido tocar es posible transitar al se puede tocar. La impresión es que en el catolicismo seguimos presos de una idea premoderna de la sexualidad.





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