martes, agosto 05, 2008

Capital Cultural


2003 fue un año en que la reflexión sobre nuestra educación dio un salto adelante. Así lo testimonian el debate público y la producción intelectual en torno al tema. Debate público: cambio de la PAA por la PSU, cuya virulencia inicial terminó por disiparse por el peso de los hechos; resultados de la prueba internacional PISA; revisión del SIMCE, producto de los mejoramientos propuestos por una comisión de especialistas; evaluación de nuestro capital humano en términos de competitividad económica y cohesión social.
He ahí algunos hitos. Producción intelectual: dos notables publicaciones. La primera, "La Educación en Chile, Hoy", libro editado por Renato Hevia, el cual reúne en 450 páginas treinta artículos que cubren lo esencial del tema: política educacional, Reforma en marcha, gestión y evaluación escolares, desafíos culturales de la educación, calidad y valores, y algunos tópicos específicos, como enseñanza particular, formación técnica y educación digital.
La segunda, próxima a aparecer, "Políticas Educacionales en el Cambio de Siglo: la Reforma del Sistema Escolar de Chile", volumen organizado por Cristián Cox con la contribución de connotados especialistas. Ofrece un exhaustivo balance de las transformaciones experimentadas por la educación chilena y su impacto, en perspectiva histórica y en el contexto internacional, incluyendo la reforma curricular, los cambios a nivel de la enseñanza básica y media, la evolución de la profesión docente y su régimen salarial, y las modificaciones al financiamiento y gestión del sistema.
¿Qué se puede concluir de tan valiosa acumulación de estudios y discusiones?
Forzado a responder con un solo aserto, yo elegiría éste: que el mayor obstáculo para producir una educación de calidad es la aguda desigualdad que aqueja a nuestra sociedad. Sorprende que hayamos tardado tanto en arribar a una constatación así de obvia y tan fuertemente respaldada por la evidencia empírica mundial. En efecto, es sabido que la mayor condicionante del éxito escolar es el capital cultural transmitido por vía familiar.
¿En qué consiste este capital?
En modos de pensar y representarse el mundo, el uso de códigos lingüísticos más o menos elaborados, motivación para aprender y autoestima, desarrollo temprano de habilidades cognitivas y de comportamiento, patrones de interacción y comunicación; en fin, en el desarrollo de unas sutiles competencias adquiridas en el hogar y el jardín infantil, las cuales son claves para la carrera escolar.
Allí donde la distribución del capital cultural es altamente desigual, como ocurre en la sociedad chilena, la escuela se ve enfrentada a una doble tarea: debe compensar las diferencias de origen socio-familiar y, al mismo tiempo, debe producir aprendizajes significativos para todos los alumnos. Educar con éxito a los herederos de capital cultural es tarea difícil, como muestra el mediocre desempeño de los alumnos de nuestros mejores y más caros colegios en los exámenes internacionales. Educar a los desposeídos de capital cultural - hijas e hijos de hogares cuyos padres no completaron la enseñanza básica o de familias cuyo ingreso mensual apenas alcanza a cien mil pesos; niños en cuyos hogares hacinados no hay un solo libro o donde las expectativas son bajas y la autoestima es una herida; 150 mil alumnos provenientes de diversos grupos étnicos; en el extremo, los hijos de la pobreza crónica o los niños abusados de la calle- es una labor de tal magnitud y dificultad que incluso los países más ricos aún no logran llevarla adelante con éxito. ¡Ante esta empresa nos encontramos!
*Artículo publicado el día Domingo 11 de Enero de 2004 en el Diario El Mercurio.



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