|   |  	Antonio Spadaro, S.J., crítico literario y miembro del Pontificio  Consejo para las Comunicaciones Sociales, es el nuevo director de la  prestigiosa revista romana La Civiltà Cattolica.       José María Poirier                     | 
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                                        	Buenos Aires / Cultura – Lo conocí casualmente hace  años en Nueva York, donde nos encontrábamos por diferentes motivos. No  obstante su juventud, era ya un notable crítico literario, especialmente  interesado por las nuevas generaciones de poetas y narradores de su  país, y por el cruce entre la literatura y las nuevas tecnologías, los  lenguajes y las formas de comunicación. Nos vimos otras veces en Roma,  en la sede de La Civiltà Cattolica.
  	Al tomar en octubre pasado el timón de la antigua y prestigiosa revista  romana de los jesuitas, Antonio Spadaro (Messina, 1966) escribía:  "Asumir la dirección de una revista que tiene más de ciento sesenta años  de historia significa confrontarse con un muy arduo desafío. En efecto,  La Civiltà Cattolica, nacida en 1850, ha vivido décadas en las  que cambió el significado mismo de la comunicación, además de sus  modalidades. En nuestro tiempo, profundamente signado por las redes  sociales y los nuevos medios digitales, comunicar significa cada vez  menos 'transmitir' noticias y cada vez más ser testigos y 'compartir'  visiones e ideas con otros. Como una de las primeras consecuencias,  aparece la necesidad de que la página deje ver con claridad un mensaje.  Hacer cultura hoy significa asumir las propias responsabilidades y la  propia tarea en el conocimiento". Todo un programa.
  	Spadaro toma la posta del economista milanés Gianpaolo Salvini, S.J.,  su predecesor durante veintiséis años, hombre afable y culto que sigue  colaborando con la publicación desde el reconocido "colegio de  escritores", su consejo de redacción.
  	¿Y qué es lo que la revista se propone ofrecer a sus lectores?  "Compartir una experiencia intelectual iluminada por la fe cristiana y  profundamente inserta en la vida cultural, social, económica y política  de nuestros días", explica Spadaro. Es más, aclara que, más allá de los  inevitables cambios a través de su historia, "está en su código genético  servir de puente, interpretando el mundo para la Iglesia y la Iglesia  para el mundo, contribuyendo a un diálogo abierto, pleno, cordial,  respetuoso".
  	Recientemente tuve ocasión de participar con él en un encuentro de  directores de revistas culturales en Santiago de Chile. Allí, entre una  ponencia y otra, entre un intercambio y otro, le fui planteando las  preguntas de esta entrevista.
  	Consciente de que sus lectores católicos y no católicos, creyentes y no  creyentes, esperan una visión amplia y al mismo tiempo en sintonía con  el Magisterio de la Iglesia, afirma: "Nuestra revista no quiere expresar  quejas sobre el presente o nostalgias del pasado, sino dar claves de  lectura para el presente con la mirada puesta en el futuro". Spadaro es  autor de numerosos libros y artículos sobre crítica literaria,  comunicación y nuevas tecnologías.
  	— ¿Cómo se sitúa Ud., tan interesado en las nuevas tecnologías de  la comunicación, frente a una empresa que lleva más de un siglo y medio?
  	— Es importante saber leer la comunicación hoy, en un mundo cada vez  más global y más cercano. Es necesario entender cómo la comunicación  está cambiando nuestro mundo contemporáneo. Siempre hubo tecnología  —porque lo son también la imprenta, los anteojos y los teléfonos—, pero  cada vez más se la percibe como una extensión del hombre para conocer y  entender el mundo. Por eso hay que estar abiertos a las nuevas formas de  comunicación, como Internet, los blogs, Facebook, twitter… Además, la  tecnología es profundamente humana, expresa la libertad y la  espiritualidad del hombre. En la tecnología está el deseo de superar los  límites. Gracias a Facebook encuentro amigos que jamás hubiera conocido  antes. En la tecnología no hay solo voluntad de poder, sino también el  deseo positivo de conocer el mundo y de entrar en relación con otras  personas. La tecnología es humanismo. La revolución digital es una  exigencia antigua. Los instrumentos son nuevos, pero los deseos de fondo  son los de siempre.
  	— ¿Cómo vivir en su tarea ese conflicto entre tradición e innovación?
  	— No veo mayor conflicto. La revista surgió escrita en italiano, cuando  las publicaciones eclesiásticas lo hacían en latín. Tuvo una difusión  nacional cuando no existía Italia como nación. Comenzó siendo polémica y  actual antes que curial. En todo caso, deberemos saber encontrar en  esas raíces cómo comunicarnos hoy en un mundo complejo y articulado.
  	FIDELIDAD Y COHERENCIA
  	— ¿Hay coherencia a lo largo de los años?
  	— Coherencia no es rigidez. Coherencia significa tener la inteligencia  para entender lo que sucede. No se trata de principios rígidos, sino de  fidelidad al misterio de la Encarnación y saber evolucionar tal como  evoluciona el cuerpo. La fidelidad es para con la Iglesia y la  inspiración cristiana. Los valores se conjugan en concreto. En cada  tiempo hay que entablar el diálogo con los contemporáneos.
  	— Pero esa fidelidad y sintonía de la que habla, en una publicación  tan cuidadosamente leída en las esferas más altas del Vaticano, ¿no  limitan la libertad de expresión?
  	— Fidelidad y libertad no son contradictorias. Siempre se dará la  tensión inevitable entre lo que cada uno piensa y el pensamiento de la  Iglesia. Nosotros queremos ser una garantía para nuestros lectores: no  hay contradicción entre lo que expresamos y los principios de la  Iglesia. Hay, sí, una visión orgánica, un enriquecedor encuentro  dialéctico.
  	— ¿No cree que el ámbito tradicional de las publicaciones culturales es un poco elitista?
  	— Creo en el esfuerzo por tratar los diferentes temas con lenguaje  llano, comprensible no solo por especialistas. Por otra parte, es  determinante la importancia de la cultura popular o de masas. Es decir,  uno debe abrirse al mundo de las manifestaciones musicales, plásticas,  literarias, porque hoy las tensiones culturales corren en riesgo de no  encontrar su lugar propio en las élites.
  	La música rock ya tiene una valencia clásica, es un lugar de  encuentro y expresión cultural. Cada vez más, las muestras de pintura  convocan públicos masivos. Hay numerosas revistas divulgativas. La gente  quiere comunicarse. De allí la multiplicación de los blogs y el uso  intensivo de los nuevos medios de comunicación. Creo que un gran desafío  es saber cómo estar presentes en las manifestaciones culturales de  masas y cómo interpretarlas. Nosotros no queremos decir lo que hay que  hacer, sino —más humildemente— poner la atención en nuevos temas, sin  pretender la última palabra.
  	— ¿La función de una publicación cultural es, entonces, ayudar a interpretar?
  	— Hay que intentar evaluar el impacto antropológico de los fenómenos  culturales, políticos y sociales. Considerar qué vale más y qué, menos.  Ayudar a discernir. Aprender a vivir bien. Distinguir lo que realmente  importa.
  	EL DESEO DE LA IGLESIA POR PARTICIPAR
  	— ¿Quiénes son los lectores de La Civiltà Cattolica?
  	— Principalmente, sacerdotes y religiosos que quieren estar al día y  reflexionar. Nuestra base más importante, después, está compuesta por  profesionales, hombres y mujeres de la política, docentes  universitarios, católicos o no pero igualmente interesados en una  lectura católica del mundo. Además, la revista llega a muchas  instituciones: escuelas, bibliotecas, universidades. La edad media de  nuestros lectores va de los 45 a los 65 años. Deberemos saber ganar  otros más jóvenes. Pero lo que está cambiando es el concepto mismo de  revista. Creo que no cuenta tanto el soporte, sino el mensaje que se  quiere comunicar. Hay muchas formas, desde el papel hasta Internet. Cada  vez más, cuenta el mensaje y menos la forma.
  	— La revista, a lo largo de los años, fue modificando posiciones en diferentes áreas.
  	— Nació con un valor apologético frente al pensamiento de masones y  liberales, pero su belleza es que no sigue siendo la misma. En efecto,  cambió muchas veces. Estuvo en contra de la unidad de Italia y, más  tarde, muy a favor. Lo mismo sucedió en otros campos del quehacer humano  y eclesial.
  	— ¿Cómo percibe hoy la relación entre la Iglesia y la cultura contemporánea?
  	— Que la cultura occidental se inspire en el cristianismo es innegable,  pero lo que hoy no se da es una cultura compacta que pueda llamarse  católica. La revista está llamada a expresar el deseo de la Iglesia por  participar, a través del diálogo, en la construcción de la sociedad  civil.
  	— Pero ¿la revista expresa el pensamiento de la Iglesia?
  	— Es una revista autorizada, en sintonía con la Secretaría de Estado de  la Santa Sede. No expresa oficialmente el pensamiento de la Jerarquía,  pero mantiene una peculiar relación de armonía. Siendo jesuitas sus  escritores, la publicación es expresión de personas que, más allá de sus  posiciones en diferentes disciplinas, reflejan, al menos como  tendencia, la espiritualidad ignaciana. Diría que es una visión que  contempla a Dios en acción en el mundo, siempre presente, aun en los  momentos más oscuros. En efecto, san Ignacio decía que Dios trabaja y  opera en el mundo; y que mueve y atrae el alma del hombre.
  	LA POTENCIA DE LA LITERATURA
  	— En otro orden, ¿a qué obedece su marcado interés por la literatura y la crítica literaria contemporánea?
  	— Si bien yo provenía de estudios teoréticos, como la filosofía y la  teología, me formé para dedicarme a la docencia en Letras, en el ámbito  de un bachillerato. Leyendo diversos autores, con los jóvenes fui  descubriendo la potencia de la literatura. Hay allí un pensamiento  pulsante de vida. Así nació una verdadera pasión que, dada mi  orientación filosófica, está signada por el pensamiento. La literatura,  en rigor, es una experiencia de vida. Como Marcel Proust, sabemos que no  podremos tener demasiadas vivencias. Yo personalmente no iré a la luna,  no conozco el mundo de la droga, nunca viajé en un submarino… Pero a  través de algunas novelas puedo conocer mejor las vicisitudes y el  corazón de otros hombres. La pasión por la palabra escrita, para mí, se  da en la narración y, con una extrema densidad, en la poesía. Y me gusta  sobre todo la poesía que permite ver las cosas, que sabe pintar.  Leyendo, asumí que prefiero a los escritores que me ayudan a descubrir  la realidad antes que aquellos que privilegian la dinámica de la  conciencia, como Marcel Proust, Italo Svevo o Robert Musil. Prefiero,  por ejemplo, a los narradores contemporáneos estadounidenses, como  Flannery O'Connor, Walt Whitman, Jack London o Raymond Carver, en cuyas  obras la realidad misma se impone, explota y triunfa ante los ojos del  lector. Poco importa si la trama suscita angustia o maravilla, lo que me  gusta es la mirada fresca de ciertos autores que parecen ver la  realidad por primera vez.
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  	José María Poirier. Director de revista 
Criterio, Buenos Aires. Publicado en revista 
Mensaje, 
www.mensaje.cl