lunes, febrero 28, 2011

Fallece a los 90 años un obispo chino, tras décadas de privación de libertad


Fallece a los 90 años un obispo chino, tras décadas de privación de libertad
Monseñor Agustín Hu Daguo pagó un elevado precio por su fidelidad al papa

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 27 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El 17 de febrero, a la edad de 90 años, falleció monseñor Agustín Hu Daguo, obispo legítimo y clandestino de la prefectura apostólica de Shiqian (Shihtsien), en la provincia de Guizhou (China continental). Paso décadas de su vida en prisión, en campos de trabajos forzados y en privación de libertad a causa de su fidelidad al papa.

El prelado había nacido el 15 de mayo de 1921 en una familia de tradición cristiana en Tongzhou, en el condado de Pingtang, Guizhou. Fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951. El 4 de abril de 1955, cuando era vicepárroco de Youtangkou, fue arrestado y detenido durante tres años en el centro de detención de Guizhou.

En 1958 fue condenado a diez años de trabajos forzados y reeducación en tres fábricas de Guizhou. Tras cumplir la pena, las autoridades le mantuvieron en régimen de detención condicional, en la fábrica de Fuquan. Luego fue rehabilitado y enviado a dar clases al seminario teológico de Chengdu, en la provincia de Sichuan.

Las dificultades para el prelado no habían terminado todavía porque, cuatro años después, a causa de su firme fidelidad al papa, fue retirado de la enseñanza. Decidió regresar a Guizhou, donde fue nombrado párroco de Duyun, Dushan, Fuquan Tuanbo y Wen'an.

En 1987 fue ordenado obispo por el fallecido monseñor José Fan Xueyan, de Baoding.

"Las autoridades civiles, que nunca le reconocieron como obispo, le impidieron residir en Shiqian. A pesar de que tenía que vivir en Duyun, en la arquidiócesis de Guiyang, él, con discreción y eficacia, administró al clero y los fieles de su prefectura apostólica con gran celo y fervor espiritual, volviendo a dar vida y esperanza a las diferentes comunidades parroquiales, esparcidas por las zonas montañosas", explica "L'Osservatore Romano" en la edición italiana del 27 de febrero.

En 1999, a la edad de casi 80 años, tuvo un accidente en la pierna del que nunca pudo restablecerse complemente. Con el avance de su enfermedad, en los últimos años, se dedicó sobre todo a ofrecer el sacramento de la confesión.

"En él, como en otros muchos obispos chinos que han muerto en los últimos años, se han cumplido las palabras del libro de la Sabiduría: 'Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento'", concluye el diario vaticano citando el libro de la Sabiduría 3, 1.




 

martes, febrero 22, 2011

Fiscalía de Concepción formaliza a sacerdote por supuestos abusos sexuales


 

Fiscalía de Concepción formaliza a sacerdote por supuestos abusos sexuales


La Fiscalía de Concepción decidió formalizar por el delito de abusos sexuales al sacerdote Audín Araya, quien el 2008 habría cometido tocaciones contra cuatro estudiantes en el Colegio Salesianos de la ciudad de la Octava Región.

El Fiscal, Carlos Palma, tomó esta resolución luego de recibir las pericias psicológicas encargadas a la PDI, para los jóvenes abusados y para Araya.

El hecho había sido denunciado en noviembre del 2009 por un grupo de tres estudiantes, sumándose posteriormente la acusación de un cuarto escolar en junio del año pasado.

upi/cvl



 

lunes, febrero 21, 2011

Joven sacerdote asesinado en Túnez

Joven sacerdote asesinado en Túnez
No se sabe si es víctima de un robo o del fundamentalismo religioso

TÚNEZ, viernes, 18 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El cuerpo del padre Marek Rybinski, joven misionero salesiano en Túnez, ha aparecido sin vida este viernes en la escuela salesiana de Manouba. No se sabe si ha sido víctima de un robo o del fundamentalismo religioso.

Dado que el sacerdote, de origen polaco, no estuvo presente en la oración de la noche anterior ni en la misa de la mañana del viernes, el padre Lawrence Essery, director de la presencia salesiana en Manouba, se alarmó al no encontrarlo en su habitación y alertó a la policía local.

Los investigadores llegaron poco después e iniciaron la búsqueda. Su cuerpo apareció en un armario de la escuela con la garganta cortada. Es el segundo religioso que aparece muerto en este último periodo caracterizado por disturbios sociales.

A las  9.30 de la mañana del jueves, el padre Rybinski, ecónomo de la comunidad local salesiana, se comunicó vía telefónica con sor Ewa Siuda, de la Procura Misionera de Varsovia, pidiéndole el envío de un fax que confirmara el éxito de la trasferencia de una cantidad de dinero, trasferida en el mes de diciembre, pero que el banco no había podido desbloquear.

El 31 de enero, en la fiesta de san Juan Bosco, los salesianos de Manouba encontraron debajo la puerta de su casa una carta anónima que amenazaba los religiosos de muerte en caso de que no pagaran una cantidad de dinero.

Por este motivo, la policía no se ha pronunciado sobre los motivos del asesinato, que parecen ser el robo con soborno o el fundamentalismo religioso.

El padre Rybinski, de 33 años, fue ordenado sacerdote en mayo del 2005. En septiembre de 2007 llegó a Manouba. 

"Marek era sumamente eficaz y a través de sus contactos con la procura misionera polaca, donde había trabajado antes de llegar a Túnez, pudo financiar diversos proyectos para el bien de la escuela", declara en una nota enviada a la Agencia de Información Salesiana el padre Essery.

El arzobispo de Túnez había sido nombrado al joven misionero capellán de la comunidad polaca con la cual transcurría mucho tiempo preparando a los jóvenes para el sacramento de la confirmación.

Esta noche en la catedral de Túnez, monseñor Maroun Elias Nimeh Lahham, arzobispo, presidió una eucaristía en sufragio del padre Rybinski.

El rector mayor de los salesianos, el padre Pascual Chávez Villanueva, ha expresado expresado su consternación y dolor al recibir la dramática noticia.




 

miércoles, febrero 16, 2011

LA HORA DE LA RELIGIÓN : Cine y fe


Buenos Aires / Temas – LA HORA DE LA RELIGIÓN

Se trata de un film dirigido por el italiano Marco Bellocchio (1939), de quien se conoció el año pasado la película Vincere sobre el hijo extramatrimonial de Benito Mussolini. La hora de la religión (L'ora di religione, 2002) lleva un subtítulo: "La sonrisa de mi madre". Debería haberse traducido textualmente como "La hora de religión", porque el título que decidió la distribuidora en castellano parece apuntar a mucho más que lo que abarca una clase en la escuela. Sin embargo, en última instancia, podría hablarse de un acierto porque la intención del director es cuestionar a la religión en sí y no sólo su enseñanza escolar.

 

La historia está muy bien narrada, en un clima que mezcla lo surrealista con la comedia; y la brillante actuación de Sergio Castellito, uno de los mejores actores del actual cine peninsular, le otorga una simpatía y una mirada desconfiada que gana al espectador. El protagonista, apenas separado de su esposa y muy ligado a su pequeño hijo, es pintor y agnóstico. Un día va a verlo un sacerdote del Vaticano para solicitarle una entrevista de parte de un cardenal. Para su sorpresa están estudiando la causa de beatificación de su madre, asesinada pocos años antes por otro hijo que ahora esté en una clínica psiquiátrica. El film muestra con regodeo los intereses que se esconden detrás de lo que, finalmente, podría ser un gran negocio: tener una madre santa. Para esto hay que dar testimonio de que murió perdonando al hijo que la apuñalaba mientras blasfemaba. Y, además, reconocer la misteriosa curación de un viejo conocido.

 

En ese mundo tan romano, lleno de marcado escepticismo, sobresalen la figura del pintor y de su hijo, a las que se agrega la misteriosa y bella profesora de religión, con ribetes casi irreales. Coherente con sus dudas y con su falta de fe, el artista no cede ante las presiones familiares (en particular de sus hermanos y una tía) y no se suma a las intrigas palaciegas para llevar a los altares a su madre, de la que no guarda el mejor recuerdo.

 

En síntesis, una crítica demoledora y certera que enfrenta una vez más la coherencia agnóstica del protagonista (un hombre vencido en muchos aspectos pero lúcido y afectuoso) con una visión hipócrita de la religión (encarnada por familiares, prelados y hombres de negocios).

 

ÁGORA

 

Esta película española, hablada en inglés y filmada en Malta, está dirigida por el cineasta hispano-chileno Alejandro Amenábar (1972), de quien se recuerda la polémica y premiada Mar adentro (2004), sobre un caso real de eutanasia, estupendamente interpretada por Javier Bardem.

 

Ágora (que en griego es la plaza pública, el lugar del mercado y de los debates políticos y filosóficos de las polis griegas) se desarrolla en Alejandría, Egipto, en el siglo IV de nuestra era. Es central la figura de la filósofa y astrónoma pagana Hipatia, quien fuera perseguida por san Cirilo (373-444), patriarca de Alejandría y doctor de la Iglesia. Más allá de las numerosas arbitrariedades históricas y de algunos errores graves, la tesis del film es muy interesante y poco conocida en el ámbito cristiano: la persecución violenta y la total falta de tolerancia de muchos cristianos frente a los paganos y los judíos. Con un ardor que en su época era visto de manera muy diferente a la actual, Cirilo fue inclemente también con los seguidores de herejías cristianas. Pero el centro del problema es la crítica al cristianismo en cuanto religión con poder y con fuerte ambición proselitista. Hipatia representa la sabiduría antigua y la virtud griega frente al ardiente fundamentalismo religioso.

 

Lamentablemente, a pesar de tan interesante tema, el film fracasa estrepitosamente. Es una mediocre película que, ni siquiera la atractiva Rachel Weisz puede salvar. La Hipatia de Amenábar no convence ni conmueve, a pesar de tener muchas razones a su favor y discípulos enamorados. Los muchos premios Goya otorgados a esta obra parecerían hablar más de reivindicaciones ideológicas y de simplismo cultural antes que de arte cinematográfico o de rigor investigativo. De todas maneras, el film se refiere a una actitud religiosa que merece un profundo debate también en la actualidad.

 

 ROMERO, VOZ DE LOS SIN VOZ

 

En el marco de la Semana del cine documental italiano, que se celebró por segunda vez en Buenos Aires, se presentó un film sobre la figura de monseñor Oscar Arnulfo Romero (1917-1980), arzobispo de San Salvador. Romero fue asesinado mientras celebraba misa por un escuadrón de la muerte. La película está dirigida por la española Maite Carpio y fue producida por la italiana Eleonora Orlandi. Representa un muy serio trabajo de investigación histórica y técnica. En efecto, por primera vez se tiene acceso a todas estas imágenes y palabras del obispo Romero: entrevistas, discursos, homilías, visitas pastorales. La reconstrucción de su vida está confiada a varios testigos y personajes que lo trataron y admiraron.

 

Este hombre de Iglesia, formado en Roma y siempre atento a sus obligaciones pastorales, se presentaba


 

Los Simpsons y la religión

Detrás de la sátira y las bromas, la serie toca temas antropológicos relacionados con el sentido y la calidad de la vida. Este es uno de los pocos programas de televisión donde la fe cristiana, la religión y la pregunta por Dios son temas recurrentes.
Francesco Occhetta, S.J.

Santiago / Sociedad – El 17 de diciembre de 1989 salió al aire por primera vez en Estados Unidos el programa de dibujos animados Los Simpson, destinado a convertirse en pocos años en el más famoso sitcom (comedia de situación) del mundo. La serie fue ideada por el ingenioso dibujante estadounidense Matt Groening cuando, minutos antes de presentarse a una importante reunión con un productor televisivo, inventó unos nuevos personajes de mandíbulas cuadradas, ojos similares a pelotas de golf y piel amarilla. Ningún productor habría apostado que esas nuevas caricaturas llegarían a estar entre los personajes más famosos de la historia. Sin embargo, en poco tiempo los estadounidenses se reconocieron en las historias de la familia Simpson y de la sociedad de la pequeña ciudad de Springfield.
A comienzos de los años noventa la opinión pública mundial se dividió en dos. Sobre todo en EE.UU. muchas asociaciones de padres consideraron que la familia Simpson no constituía un buen modelo educativo. Más aún, George Bush padre, entonces Presidente, criticó la serie: "Estamos buscando reforzar la familia americana de manera de hacer que se parezca más a los Walton y menos a los Simpson". Muchas escuelas prohibieron a sus estudiantes usar camisetas de Los Simpson. Sin embargo, los ingresos generados en torno a la serie televisiva, después de solo catorce meses de producción, llegaron a más de dos mil millones de dólares.
 
LOS PERSONAJES
 
Los Simpson narra la vida de una familia americana en un típico municipio, Springfield, cuyo nombre lo comparten al menos treinta pequeñas ciudades de ese país. Homero es el jefe de familia, trabaja como encargado de seguridad en una central nuclear, pero, debido a su lentitud y poco gusto por el trabajo, pareciera estar estancado de por vida en ese puesto. Su único deseo es volver cuanto antes a casa después de una jornada laboral para instalarse delante del televisor y comer pop corn, sándwiches y beber cerveza. Es hombre sin elegancia, castigado también por su aspecto físico, poco capaz de dialogar, pero generoso.
 
Marge es la dueña de casa y voz moral de la familia. Enseña a sus hijos (sin mucho éxito) a hacer el bien y a combatir el mal, y está anclada en las tradiciones. De hecho, personifica también a la mamá sobreprotectora e invasiva con un extraño pasatiempo: modifica continuamente su peinado azul hiper-encrespado y muy alto, que utiliza de vez en cuando como caja fuerte, pequeño armario o cartera.
 
Los Simpson tienen tres hijos: el primogénito Bart es el personaje más popular. Tiene diez años y se enorgullece de ser el último del curso. En realidad, ha llegado a serlo de adrede: así puede ser reconocido y legitimado en su rol por una sociedad que no considera a nadie. Es pillo y contrario a cualquier regla, ama el skate y la televisión, y su pasatiempo preferido es hacerle bromas al cantinero Moe Szyslak y al director de su colegio Seymour Skinner.
 
Su hermana Lisa tiene ocho años y es el cerebro del hogar. Es vegetariana y ecologista, pero también inconformista, progresista y ambiciosa. Sueña en grande (le gustaría llegar a ser presidenta) y cree estar entre los mejores músicos del mundo.
 
Por último, Maggie, que tiene un año, no habla, usa un chupete estereofónico y cuando trata de caminar se cae. Además, los Simpson tienen un gato, Bola de Nieve II, y un perro, Huesos.
 
Pero la familia tiene también otro miembro, el abuelo Abraham, que es excluido y desacreditado por el resto. Él encarna el abandono de los ancianos en la sociedad occidental y la memoria histórica de la familia, la sabiduría y la experiencia de vida. Como sucede a menudo con los mayores, también el abuelo, que sirvió durante la segunda guerra mundial, vive de recuerdos y anécdotas. Sin embargo, a los Simpson no les gusta recordar el propio pasado y los fracasos vividos; quieren vivir el presente buscando conquistar el futuro. Por esto el abuelo es enviado sin ningún escrúpulo ni sentimiento al "exilio", al asilo de ancianos de Springfield.
 
LOS CONTENIDOS
 
Los cerca de cuatrocientos cuarenta episodios de la serie, que exigen de los productores seis a nueve meses de trabajo por cada uno, se basan tanto en una comicidad aparentemente surrealista como en tonos sarcásticos sobre los tabúes de la sociedad americana, en abundante sátira sobre la familia y la vida cotidiana. Springfield es, por tanto, considerado el ícono del villorrio global de Occidente donde, por una parte, todo es deformado y agigantado y, por otra, el sentido último de lo que se cuenta es real y no se limita a la realidad de Estados Unidos, sino que toca a otras partes del mundo, por lo menos a las más industrializadas.
 
Es cierto que algunos matices y variaciones temáticos pueden no ser comprendidos por quienes no viven en esa nación. De hecho, se apela a asuntos de crónica preriodística, como Watergate o la guerra en Irak, se comentan problemas políticos abiertos, no faltan apariciones de personajes famosos, como los Kennedy, la mujer del presidente Barack Obama, Michelle, o las referencias a películas de actualidad, canciones o a transmisiones televisivas populares.
 
Bart, Lisa y Maggie son hijos de una generación llena de violencia y de miedos, que rechaza los modos tradicionales de educar. Sus días de colegio son una crítica implacable al sistema escolar estadounidense: violencia en el aula, falta de autoridad de los profesores, formas de enseñar superadas, recortes a los recursos de las escuelas y quiebre del pacto de confianza que unía a profesores y familias para educar juntos.
 
También la política está presente. Se tratan temas —como, por ejemplo, el medio ambiente, el desarme, la salud, la promoción de los derechos civiles— muy queridos por el Partido Demócrata estadounidense (por eso la administración Bush siempre temió las críticas de Los Simpson). Se denuncian los abusos de poder del Gobierno y de las grandes industrias.
 
La vida de la sociedad aparece despojada de toda esperanza y los capítulos la van mostrando de un modo implacable: políticos corruptos, medios de comunicación subordinados al poder y con información facciosa, autoridades religiosas lejanas a la vida de los fieles. Incluso la policía local, en particular el jefe Gorgory, es ineficiente y no garantiza ni el orden ni la seguridad. En la película de los Simpson, a raíz del tema del lago contaminado, el político que busca salvar la ciudad con medios muy costosos para el Gobierno, exclama: "Es verdad que soy el propietario de la empresa [y de los medios utilizados], pero eso es un mínimo detalle".
 
Pero la sátira del programa lleva a preguntarse también en cómo vivir el rol de dueña de casa, de madre y de esposa. Si se hace al modo de Marge, se corre el riesgo de dar sistemáticamente a los problemas de hoy respuestas de ayer, basadas exclusivamente en la tradición. La misma relación matrimonial entre Homero y Marge es signo de un malestar tácito, nunca aclarado, quizás una concesión perpetua, fruto de la incapacidad de dialogar y de reconciliarse explícitamente. En los episodios, detrás de la sátira y las bromas que hacen sonreír, se tocan temas antropológicos relacionados con el sentido y la calidad de la vida.
 
LA RELIGIÓN
 
Los Simpson está entre los pocos programas de televisión donde la fe cristiana, la religión y la pregunta por Dios son temas recurrentes. La familia recita sus oraciones antes de comer y, a su modo, cree en el más allá. La relación con Dios del jefe de familia es adolescente; antes de asistir al servicio religioso repite: "Pero, Marge, ¿y si hubiésemos elegido la religión equivocada? ¡Cada semana solo haríamos ponerse a Dios más furioso!".
 
El reverendo Alegría (Lovejoy), pastor de la comunidad protestante de Springfield, es el "chivo" expiatorio de esta operación. Muchos capítulos ridiculizan sus sermones, muestran que Bart duerme y que Homero escucha partidos de fútbol americano. Su actitud es de desilusión, al punto de que parece haber perdido la alegría que tenía cuando llegó por primera vez al lugar con su guitarra y su Biblia. Habla con eslóganes y tapiza su templo de avisos para lanzar el tema de la semana: "Domingo, el milagro del arrepentimiento"; "Prohibido estacionar en la sinagoga"; "Al arzobispo le quedan solo veinte dólares". Parece que al reverendo Alegría le importa más el reconocimiento social que la vida espiritual de sus fieles.
 
Además, sus respuestas son a menudo apresuradas y superficiales. En el capítulo sobre "El secreto de un matrimonio feliz", cuando Marge le pide consejo para resolver sus problemas de pareja, Alegría le responde: "¡Divórciate!". Desde luego, basta una respuesta como esa para generar en millones de telespectadores desconfianza y confusión respecto de la Iglesia. Pero frases similares son premeditadas y queridas por los productores.
 
El reverendo Alegría tiene, sin embargo, una capacidad de autocrítica que lo lleva a reconocer sus errores y a pedir perdón. No falta en él una sutil ironía. Cuando se entera de que una secta está haciendo proselitismo con fines de lucro en su territorio, el domingo sucesivo precisa: "Esta llamada nueva religión no es otra cosa que una marea de ritos bizarros y salmodias escogidas para sacarle dinero a los ingenuos. Procedamos a la oración del Señor cuarenta veces. Pero, primero, pasaremos la bandeja de la colecta".
 
También el tema religioso es desarrollado a través de la figura de Nedward (Ned) Flanders, el cristiano evangélico, vecino de casa de los Simpson. Es un convertido muy gentil pero integrista, siempre listo a ayudar y a ofrecer una buena palabra. Está obsesionado por el temor a violar las leyes de Dios, que sigue al pie de la letra y las siente como un deber y no como una ayuda para vivir una vida nueva. En vez de considerar el tiempo como un don que Dios nos da para vivirlo a través de la oración y el servicio a los demás, Ned vive su cotidianidad como el espacio de la conquista de la salvación que se obtiene cumpliendo las normas y los preceptos bíblicos. Su excéntrica manera de ser aparece en muchas ocasiones, como en la elección de la patente de su auto JHS 143 (el pasaje del Evangelio de Juan 1, 43 en el que Jesús dice a Felipe: 'Sígueme'). Los Simpson lo maltratan y lo consideran "tóxicamente religioso", pero Ned está siempre dispuesto a arriesgar su vida para salvar la de ellos, como en la película, cuando Homero contamina el lago y los habitantes de Springfield quieren matarlo. Por eso también, cuando Flanders iba a ser expulsado de la comunidad, Homero lo defiende ante la asamblea: "Este hombre ha puesto todas las mejillas de las que disponía. Si cada uno de nosotros fuera como Ned, no habría necesidad del Paraíso: ya estaríamos en él".
 
Los autores tienen una concepción apocalíptica y desplazan la atención al fin del tiempo. No se preguntan por el sentido de este ni por su fin. No se preguntan cómo vivimos como hermanos. Los Simpson van a la iglesia para aplacar un miedo al futuro que son incapaces de gobernar. Dios se convierte en el último refugio: "Normalmente no soy un hombre religioso, pero si tú estás allá arriba ¡sálvame… Superman!". En algunos capítulos, Dios aparece como un anciano de barba abundante y blanca, pero sin rostro; se presenta como un misterio a descubrir.
 
En 2007 el programa dedicó un capítulo a la Iglesia católica, titulado "Padre, hijo y espíritu práctico". Cuando Bart es expulsado de la escuela, sus padres lo mandan como castigo a la escuela católica de San Jerónimo, donde "la enseñanza es dura y no se puede bromear". Mientras la maestra es una monja irlandesa intransigente, el capellán, el padre John, conquista a Bart. Le cuenta su conversión, le dice que cuando era pequeño se parecía a él, luego le regala una vida de santos para leer. Basta un encuentro auténtico de este tipo para cambiar la vida de Bart, que exclama "el catolicismo es mítico". En casa los padres se preocupan, y Homero enfrenta al capellán: "¡Estoy harto de que enseñen a mi hijo valores llenos de valores!". Pero también el padre es conquistado por el joven sacerdote hasta el punto de querer convertirse en católico. Se confiesa y se siente libre. En el intertanto, Marge, el reverendo Alegría y Ned declaran la guerra a los católicos: "No puedo entrar a la Iglesia católica —exclama Marge—, una fe distinta quiere decir un más allá distinto, además quiero que mi familia se mantenga unida". El desencuentro se vuelve duro. La posición de Lisa es de apertura: "Todos deberían poder elegir la propia fe". Pero el grupo que representa a la institución y el poder de la comunidad protestante aumentan la tensión entre las entidades. Así, es el pequeño Bart quien da una lección de comprensión a los grandes: "Todo es cristiandad. Las pequeñas estúpidas diferencias no son nada respecto a las grandes analogías".
 
Después de veintidós temporadas de la serie animada más transmitida en la historia de la televisión, a muchos padres de familia les queda una pregunta: "¿Les permito a mis hijos ver Los Simpson?". La preocupación está fundada en el temor a que un lenguaje crudo, a menudo vulgar, y la violencia de ciertos episodios o el extremo al que llegan ciertos guiones influencien el comportamiento de sus hijos. Pero el realismo de los textos y de los capítulos podría ser una ocasión para verlos juntos, y usar los argumentos para dialogar sobre la vida familiar, escolar, de pareja, social y política.
 
En las historias de Los Simpson no hay nunca un final feliz, pero tampoco hay, como algunos autores afirman, solamente cinismo y sarcasmo. Se relata la realidad y la posibilidad de encontrar un sentido en esa cotidianidad que a menudo aplasta y humilla a las personas. Así, las generaciones de telespectadores son educadas para no ilusionarse. En cada personaje aparece optimismo y pesimismo, la conciencia de deber vivir un rol social y el sueño de querer ser libres. En sus rostros y en sus palabras están impresos la confusión del hombre contemporáneo y los condicionamientos a los que es sometido. Por este motivo los jóvenes telespectadores ya no son educados para un final feliz, sino que deben confrontarse con una realidad dura y a veces paradojal, donde la familia parece ser el único refugio. Afuera de la propia casa, en cambio, rige la ley de la selva: "Que venza el mejor".
 
El lugar de la salvación y de la unidad de la familia-institución, en efecto, "está en el centro de toda la trama narrativa: ridiculizada continuamente, obvio, pero también reconocida como el único (y el último) auténtico punto de referencia en clave social y en buenas cuentas el más sólido, con un recíproco y bien consolidado apego entre cada uno de sus miembros" (1).
 
Hay un último aspecto sobre el cual reflexionar. Los Simpson permanecen "eternamente jóvenes", no cambian, permanecen iguales a sí mismos. La dimensión del tiempo que pasa, las opciones para realizar en la historia, el uso de las nuevas tecnologías, las dimensiones de la enfermedad y de la muerte, casi nunca son tratados como temas. En cambio, si se quiere hablar de la realidad y de la humanidad que el hombre comparte, esos temas deberían ser seriamente afrontados por los autores.
 
Es verdad que los episodios enfatizan más en la religión como institución que en la vida de fe entendida como un seguimiento a Cristo hecho de oración y ayuda al prójimo. También en Los Simpson están latentes algunos elementos presentes en el Evangelio, como cuando Bart afirma: "Para poder salvarme a mí mismo, debo salvar a los otros". Bastaría que los millones de jóvenes que siguen la serie interiorizaran esta enseñanza para esperar un mundo mejor.
 
(1) B. Salvarani, "Dio, Homer e la ciambella", en Jesus, 2 de febrero de 2008.

 


 

Iglesia y cine, poder y testimonio


 


Cuatro películas tienen una marcada temática religiosa. Desde perspectivas diferentes y enfrentadas en algunos casos, estas obras centran su interés en la crítica o el elogio del cristianismo.
José María Poirier

Buenos Aires / Temas – LA HORA DE LA RELIGIÓN
Se trata de un film dirigido por el italiano Marco Bellocchio (1939), de quien se conoció el año pasado la película Vincere sobre el hijo extramatrimonial de Benito Mussolini. La hora de la religión (L'ora di religione, 2002) lleva un subtítulo: "La sonrisa de mi madre". Debería haberse traducido textualmente como "La hora de religión", porque el título que decidió la distribuidora en castellano parece apuntar a mucho más que lo que abarca una clase en la escuela. Sin embargo, en última instancia, podría hablarse de un acierto porque la intención del director es cuestionar a la religión en sí y no sólo su enseñanza escolar.
 
La historia está muy bien narrada, en un clima que mezcla lo surrealista con la comedia; y la brillante actuación de Sergio Castellito, uno de los mejores actores del actual cine peninsular, le otorga una simpatía y una mirada desconfiada que gana al espectador. El protagonista, apenas separado de su esposa y muy ligado a su pequeño hijo, es pintor y agnóstico. Un día va a verlo un sacerdote del Vaticano para solicitarle una entrevista de parte de un cardenal. Para su sorpresa están estudiando la causa de beatificación de su madre, asesinada pocos años antes por otro hijo que ahora esté en una clínica psiquiátrica. El film muestra con regodeo los intereses que se esconden detrás de lo que, finalmente, podría ser un gran negocio: tener una madre santa. Para esto hay que dar testimonio de que murió perdonando al hijo que la apuñalaba mientras blasfemaba. Y, además, reconocer la misteriosa curación de un viejo conocido.
 
En ese mundo tan romano, lleno de marcado escepticismo, sobresalen la figura del pintor y de su hijo, a las que se agrega la misteriosa y bella profesora de religión, con ribetes casi irreales. Coherente con sus dudas y con su falta de fe, el artista no cede ante las presiones familiares (en particular de sus hermanos y una tía) y no se suma a las intrigas palaciegas para llevar a los altares a su madre, de la que no guarda el mejor recuerdo.
 
En síntesis, una crítica demoledora y certera que enfrenta una vez más la coherencia agnóstica del protagonista (un hombre vencido en muchos aspectos pero lúcido y afectuoso) con una visión hipócrita de la religión (encarnada por familiares, prelados y hombres de negocios).
 
ÁGORA
 
Esta película española, hablada en inglés y filmada en Malta, está dirigida por el cineasta hispano-chileno Alejandro Amenábar (1972), de quien se recuerda la polémica y premiada Mar adentro (2004), sobre un caso real de eutanasia, estupendamente interpretada por Javier Bardem.
 
Ágora (que en griego es la plaza pública, el lugar del mercado y de los debates políticos y filosóficos de las polis griegas) se desarrolla en Alejandría, Egipto, en el siglo IV de nuestra era. Es central la figura de la filósofa y astrónoma pagana Hipatia, quien fuera perseguida por san Cirilo (373-444), patriarca de Alejandría y doctor de la Iglesia. Más allá de las numerosas arbitrariedades históricas y de algunos errores graves, la tesis del film es muy interesante y poco conocida en el ámbito cristiano: la persecución violenta y la total falta de tolerancia de muchos cristianos frente a los paganos y los judíos. Con un ardor que en su época era visto de manera muy diferente a la actual, Cirilo fue inclemente también con los seguidores de herejías cristianas. Pero el centro del problema es la crítica al cristianismo en cuanto religión con poder y con fuerte ambición proselitista. Hipatia representa la sabiduría antigua y la virtud griega frente al ardiente fundamentalismo religioso.
 
Lamentablemente, a pesar de tan interesante tema, el film fracasa estrepitosamente. Es una mediocre película que, ni siquiera la atractiva Rachel Weisz puede salvar. La Hipatia de Amenábar no convence ni conmueve, a pesar de tener muchas razones a su favor y discípulos enamorados. Los muchos premios Goya otorgados a esta obra parecerían hablar más de reivindicaciones ideológicas y de simplismo cultural antes que de arte cinematográfico o de rigor investigativo. De todas maneras, el film se refiere a una actitud religiosa que merece un profundo debate también en la actualidad.
 
 ROMERO, VOZ DE LOS SIN VOZ
 
En el marco de la Semana del cine documental italiano, que se celebró por segunda vez en Buenos Aires, se presentó un film sobre la figura de monseñor Oscar Arnulfo Romero (1917-1980), arzobispo de San Salvador. Romero fue asesinado mientras celebraba misa por un escuadrón de la muerte. La película está dirigida por la española Maite Carpio y fue producida por la italiana Eleonora Orlandi. Representa un muy serio trabajo de investigación histórica y técnica. En efecto, por primera vez se tiene acceso a todas estas imágenes y palabras del obispo Romero: entrevistas, discursos, homilías, visitas pastorales. La reconstrucción de su vida está confiada a varios testigos y personajes que lo trataron y admiraron.
 
Este hombre de Iglesia, formado en Roma y siempre atento a sus obligaciones pastorales, se presentaba como un "moderado" cuando fue nombrado arzobispo. Pero su toma de posición a favor de la justicia social, en contra de la violencia y de la miseria lo lleva a enfrentar al poder político-militar y a las familias latifundistas que lo acusan de "comunista" y "traidor".
 
Inmediatamente después de su muerte, el pueblo salvadoreño ya lo consideró un santo. El proceso de beatificación se inició en 1997. A pesar de que en su primer viaje a Centroamérica en 1983, rompiendo con el protocolo que le impedía visitar la catedral, inesperadamente Juan Pablo II pidió que la abrieran para entrar a rezar ante la tumba de Romero, los autores del valioso film parecen inclinarse por la hipótesis de que en Roma no ven con buenos ojos su beatificación. El papa polaco, con quien al principio Romero no se entendió, terminó comprendiéndolo y admirándolo. En su viaje a El Salvador lo definió como "celoso Pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida". También Benedicto XVI hizo público su afecto para con el "mártir", pero expresó la necesidad de ser prudente con los tiempos. Monseñor Romero fue un ejemplo de obispo latinoamericano, pero es cierto que su azarosa vida, comprometida con los pobres y con la política, lo torna un protagonista todavía actual de la historia de su país.
 
DE DIOSES Y HOMBRES
 
En el ciclo de cine europeo realizado en Buenos Aires se pudo conocer el extraordinario film francés De dioses y hombres (Des hommes et des dieux, 2010) sobre el asesinato de siete monjes trapenses en Argelia, ocurrido en 1996. Dirigida por el actor, guionista y cineasta galo Xavier Beauvois (1967), quien interpretó el papel del marido infiel y finalmente despechado por Isabelle Huppert en Villa Amalia (de Benoit Jacquot, 2009), la película está basada en la vida de los monjes cirtercienses de un monasterio en las montañas del Magreb, desde 1993 hasta su secuestro y muerte tres años después. Algunos fundamentalistas islámicos —aunque también caben dudas sobre la actuación del ejército— habrían asesinado brutamente a estos hombres de diálogo y servicio que presentían su final. Después de la muerte de algunos trabajadores extranjeros, el miedo gana a los monjes y a la gente del pueblo. Ellos rechazan la protección del ejército y se preguntan qué deben hacer: ¿irse o quedarse? No obstante las amenazas, después de conversarlo entre ellos y de rezar juntos deciden seguir con su misión que, dadas las circunstancias, no es de evangelización sino de convivencia con el ambiente musulmán. Son franceses y saben que pesa sobre ellos la historia de la colonización y la guerra. Estudian el Corán, hablan árabe y mantienen buenas relaciones con sus vecinos, incluso en las festividades familiares o religiosas. Atienden un dispensario médico, cultivan la tierra, trabajan y celebran la eucaristía con unción y profunda espiritualidad. Todo es sobrio, hermoso en su pobreza. Los momentos durante las comidas o preparando la celebración de Navidad son conmovedores. Sobresalen, entre otras, dos figuras: el abad Christian de Chergé y el anciano médico Paul Dochier. Gracias al libro Los mártires de Argelia (escrito por Jesús María Silveyra y Bernardo Olivera, monje argentino que era entonces el superior general de la orden) sabemos que Christian tenía 59 años y provenía de una numerosa y distinguida familia de la región de Haut-Rhin; su padre había sido general del ejército francés; vivió de niño en Argelia y luego hizo allí su servicio militar; ingresó en el seminario Carmes de París y fue ordenado sacerdote; más adelante descubrió su vocación monástica y estudió lengua y cultura árabe en Roma; era el superior del monasterio de Atlas cuando lo mataron. Por su parte, Paul (Luc) Dochier había nacido en 1914 y estudió medicina en Lyon; después de conocer el sinsentido de la guerra en el norte de África, se ofreció como médico voluntario en un campo de concentración alemán con la única condición de que liberaran a un prisionero padre de familia; acabada la guerra decidió su camino religioso; había conocido ya secuestros y penurias. Dos hombres excepcionales, de inconmensurable hondura humana y espiritual.
 
El film, tan premiado en Francia y elogiado por la mejor crítica europea, todavía no tiene un distribuidor para el circuito comercial en nuestro país. Se trata de una obra que impresiona profundamente por su testimonio de martirio y por su estupenda realización cinematográfica.
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José María Poirier. Director de revista Criterio. Artículo publicado en Criterio, www.revistacriterio.com.ar

 

Desafíos de la nueva religiosidad

Comenzando el siglo XXI, nos encontramos con que un alto número de personas, en distintas partes del mundo occidental, sigue creyendo en Dios. Es más, en los últimos años crece el número de gente que se comprende a sí misma como "buscadora" de lo trascendental.
Ignacio Sepúlveda del Río

Madrid / Religión – En los inicios del tercer milenio la profecía secularista —avalada por Weber y Durkheim— del declive y desaparición de la religión y la fe no se ha cumplido. Es más, podría parecer que estamos lejos de ella. Pero no todo sigue igual: la fe de las grandes iglesias está dando paso a un tipo de religiosidad distinta, que acentúa la individualización. Y no sólo la individualización, sino que también asistimos al fenómeno de la fusión sincrética de distintos horizontes religiosos: las personas, de manera natural y en la vida diaria, mezclan diferentes aspectos de las religiones, generando algo distinto, nuevo, a veces con mayor o menor sentido.
Las religiones —y sobre todo las más elaboradas— tienen en sí el germen de la individuación. En las grandes religiones se ve que hay un proceso desde la religión como vínculo, cohesión y control social, al encuentro personal e individual con la trascendencia. Lo fundamental pasa a ser la propia relación —camino de iluminación o salvación— que el sujeto establece con la divinidad. En Occidente, por ejemplo, el cristianismo ha sido vehículo de individuación a través de la búsqueda de la relación personal con Dios (1). De esta manera, diferentes movimientos y familias espirituales, así como místicos, han ido acentuando la idea de que hay que hacer el propio camino para llegar a Dios. Obviamente este proceso no ha sido fácil, pues en el tiempo también se ha producido el movimiento contrario: la exigencia de vivir la fe no desde la propia individualidad, sino desde la institución y desde lo que la sociedad exige.
 
Pero la importancia del individuo no sólo se da en el plano religioso. En la década de 1960 se produce un punto de inflexión —en el sentido que se acentúa y se hace más visible, por lo menos en el mundo Occidental—, una revolución individualizadota que gira sobre el eje del cultivo del "yo" y de la importancia de la «autenticidad» como paradigma y, también, como fenómeno de masas (2). Y en los últimos años se ha dado un paso más: la individualización de la religión en el sentido del "Dios personal". A este Dios se adhiere de forma individual y no por el mero influjo de la sociedad. Se puede nacer en una determinada tradición religiosa, pero luego el sujeto debe hacer su propia elección. A este respecto, Taylor señala: "La vida o la práctica religiosa en la que yo tome parte no sólo debe ser el resultado de mi elección, sino que debe decirme algo; debe tener sentido dentro de mi desarrollo espiritual tal como lo interpreto yo" (3). Una persona elige lo que cree, y lo hace dentro de una denominación histórica, dentro de una fe. Pero no se queda encerrado en ella: esa misma fe debe tener sentido para el sujeto y él debe generar su propio credo en que creer (4).
 
Siguiendo el pensamiento de Ulrico Beck, podemos decir que, frente a la inseguridad que supone la radicalización de los procesos modernizadores de nuestra época —mayor soledad personal, falta de referentes valóricos, de sarraigo, sentimiento de vacío, de falta de sentido, etc.—, la fe religiosa se vive como un cuestionamiento de cierta modernidad deshumanizadora y como apoyo para vivir con sentido trascendente la propia vida.
 
Beck toma como paradigma de esta vivencia la experiencia de Etty Hillesum: en el contexto del Holocausto, esta joven de procedencia judía, pero formada en un contexto laico, va "descubriendo" la trascendencia y a Dios en un ambiente plagado de dolor, maldad, injusticia y muerte. Con completo realismo —sin hacer de la religión un escape—, Hillesum vive un encuentro místico de unidad con Dios más allá del marco de una fe determinada. De alguna manera, la experiencia de ella tiene algo de paradigmática en la vivencia de la religión hoy, pues refiere al Dios personal, al encuentro espiritual más allá de un credo o de un dogma.
 
En la vivencia actual la religión no desaparece, sino que sufre un proceso de transformación que implica una fe de cuño más subjetivista cuyos contenidos dogmáticos —utilizando terminología tradicional— y estructuras teológicas son difusos. De esa manera, se ve cómo conviven en una sola fe propuestas que en religiones tradicionales son contrarias, tales como la creencia en la resurrección y la reencarnación. La unidad entre religión y creencia se rompe, se da una separación entre lo que se plantea a nivel institucional y lo que se cree y vive a nivel personal. Este punto es, obviamente, producto de la modernidad: el triunfo del pensamiento del individuo que se pregunta, cuestiona, plantea.
 
El proceso de individualización y desdogmatización de las religiones trae aparejadas algunas consecuencias negativas, entre las que se destaca cierta tendencia a la banalización y trivialización de la religión, provocando —como más de una vez se ha graficado— una especie de "supermercado de las religiones" donde cada cual elije lo que más le guste o acomode. Otra consecuencia es la destradicionalización. Esto significa que la religión colectiva se va desintegrando: los ritos litúrgicos, la moral, las prácticas piadosas, la aceptación de los dogmas, etc., se van difuminando.
 
Una de las reacciones frente a la individualización y a la destradicionalización es el surgimiento de ciertos grupos integristas que se definen y comprenden a sí mismos desde un credo y desde el conflicto con la modernidad (5), percibiéndose a sí mismos como verdaderamente fieles a Dios y su mensaje. Por último, también hay algunas dificultades en el fuerte acento en lo que se siente y se percibe, junto con el exceso de emotivismo que es explotado por algunos grupos religiosos, o pseudoreligiosos, que a veces tienden a reducir la relación con la trascendencia a una experiencia puramente emocional y centrada solamente en lo personal.
 
Al pensar en las características actuales de la religión —individuación, desdogmatización, etc.—, se constata que se ha hecho personal, pero no privada sino que, al contrario, se ha desprivatizado. ¿Qué significa eso? Las distintas teorías de secularización han entendido que en el mundo moderno las religiones debieran pasar a un estado de "privatización". Esto implica, al menos, dos aspectos: el primero es que en la modernidad la religión debe salir de la esfera pública, exigiéndose la separación de Iglesia y Estado y también buscando "aislar" las razones religiosas para dejar en pie solamente las razones laicas. De alguna manera, es una invitación a actuar, en la esfera pública, como si "Dios no existiera" (6). El segundo, hace referencia a entender la religión como un tema estrictamente privado, que corresponde a la vida íntima del sujeto. Aquí se apunta a la idea de la libertad de conciencia: libertad para creer —o no creer— en lo que se quiera y a vivirlo en el ámbito personal sin tener que ser cuestionado por eso. Así, la religión es forzada a permanecer en el ámbito de la esfera privada.
 
La desprivatización lo que hace es cuestionar este principio, pero no en el tema de la libertad de conciencia, sino en el lugar que le corresponde a las religiones en el mundo moderno. En los últimos años —por lo menos 20 años— se puede apreciar un sostenido proceso de —si se permite el vocablo— reemergimiento de lo religioso en la esfera pública. En varias partes del mundo se puede apreciar como las religiones entran en la arena pública y política para, por una parte, proteger sus propios intereses tradicionales y, por la otra, para entrar en diferentes luchas para exigir justicia, libertad, respeto de los oprimidos, etc. (7).
 
Aunque muchos estén en desacuerdo con esta nueva situación, la única condición que se le pide a las religiones para entrar en la esfera pública es que asuman y respeten la condición del principio de la libertad de conciencia. Esto significa, de manera práctica, la no imposición de sus posturas al resto de la sociedad.
 
Habiendo aceptado la condición previamente señalada, habría al menos tres situaciones que justificarían la intervención, o desprivatización, de las religiones en el ámbito público (8): la primera es aquella en que la religión entra en la esfera pública para defender no solamente su propia libertad religiosa —como ha sucedido en ciertos regímenes dictatoriales—, sino también las libertades y derechos que han surgido en la modernidad, tales como los Derechos Humanos, el derecho a la información, la democracia, etc. Ejemplo de este ejercicio se puede encontrar en dictaduras de cuño comunista, como fue el caso de Polonia; o dictaduras basadas en la doctrina de la Seguridad Nacional como fue el caso de la dictadura de Pinochet en Chile. En estos casos —y muchos otros— el papel de la religión, específicamente a través de la Iglesia católica, fue la promoción de los Derechos Humanos, la libertad de información, la exigencia del respeto por la justicia y la vuelta al régimen democrático.
 
La segunda situación de desprivatización de la religión se produce cuando ésta entra en la esfera pública para cuestionar y oponerse a ciertas leyes, derivadas de la autonomía secular, que parecieran ir en contra de ciertos principios básicos de moralidad y justicia. Aquí se pueden poner como ejemplo las cartas pastorales de los obispos de los Estados Unidos condenando situaciones de injusticia tales como la carrera armamentista, o las injusticias derivadas de las políticas y leyes de inmigración por considerarlas abiertamente injustas; o la declaración hecha el año 2009 por la Conferencia Episcopal Suiza, que condenó el resultado del plebiscito que prohíbe la construcción de minaretes en las ciudades de la nación helvética.
 
La tercera instancia o situación en que las religiones intervienen en la esfera pública, tiene que ver con la búsqueda de protección de formas tradicionales de vida que se ven amenazadas por decisiones políticas, administrativas o judiciales. En este caso se abre el debate público sobre la moralidad del aborto, la eutanasia o el derecho al matrimonio homosexual.
 
Como se puede comprobar, la participación de la religión en cada una de estas situaciones es distinta. En la primera situación la religión participa en la prosecución de valores modernos como la libertad, la democracia, etc. Son valores liberales y que generan la construcción de un orden social basado en estos principios. La segunda y tercera situación, en cambio, manifiestan los límites del sistema liberal político y cómo el discurso religioso puede ayudar a abrir —y también cerrar— nuevos horizontes.
 
Por último, también llama la atención cómo desde el ámbito político se produce un acercamiento al tema religioso. Un ejemplo de esto es el discurso pronunciado por el Presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, en la Universidad de El Cairo el 4 de junio del 2009. Allí Obama reconoce la tensión de las relaciones existentes entre Oriente y Occidente, entre el mundo árabe y los EE.UU., sabiendo que pequeños grupos integristas son los que han dejado el diálogo como opción y se han empeñado en agudizar el conflicto a través del terrorismo. Frente a eso, Obama hace un llamado para hacer el esfuerzo continuo de aprender a escuchar, para ser capaces de aprender del otro. El camino para este aprendizaje es reconocer los valores de ambas culturas, lo que tenemos en común, porque Dios nos lo ha dado: "compartimos aspiraciones: vivir en paz y seguridad; adquirir una educación y trabajar con dignidad; amar a nuestras familias, nuestras comunidades y a nuestro Dios. Compartimos todo esto. Esta es la esperanza de la humanidad" (9).
 
El discurso se Obama no es ingenuo: reconoce las dificultades entre las diversas culturas y países; hace un llamamiento a respetar los derechos de las mujeres —que en algunas partes del mundo árabe son poco respetados— y también para promover y respetar la libertad religiosa. Pero, junto a lo anterior, ve en el diálogo interreligioso una posibilidad enorme de superar las diferencias y buscar la conciliación de dos mundos inicialmente tan opuestos. La religión, antes que dividir y llevar al conflicto, puede llevar al encuentro.
 
Otro ejemplo de este punto se ha dado en Francia, uno de los países con mayor tradición laica del mundo. En septiembre del 2008, con ocasión de la visita del Papa Benedicto XVI, el presidente Nicolás Sarkozy declaró: "Privarse de las religiones sería una locura, una falta contra la cultura, contra el pensamiento" (10). Para luego añadir: "El laicismo positivo, el laicismo abierto es una invitación al diálogo, a la tolerancia, al respeto. Es una oportunidad, un impulso, una dimensión suplementaria que se le propone al debate público".
 
En la reciente visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido —precedida por una fuerte campaña en contra— el primer ministro, David Cameron, le agradeció al Pontífice que haya puesto la cuestión de la fe "en el centro del debate nacional" (11). Estas palabras son en respuesta a lo dicho por el Papa al manifestar su preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente el cristianismo, en el debate social público; olvidando que la religión no es un problema, sino que puede ser una contribución a la sociedad (12).
 
La desprivatización de las religiones se está haciendo realidad. Esto levanta, al menos, dos preguntas esenciales: ¿serán capaces las religiones y el laicismo de generar un diálogo productivo entre ellos, en donde las religiones no caigan en el dogmatismo y el laicismo aprenda a escuchar y valorar las razones religiosas? Pero, por otro lado, también surge la pregunta si las instituciones religiosas, las iglesias, serán capaces de generar maneras nuevas y creativas de encuentro con los creyentes.
 
(1) El cristianismo tiene en sí una paradoja curiosa: es una religión comunitaria, tendiente siempre a lo universal, pero también necesita y se mueve en la elección particular del individuo, pues el cristianismo exige la declaración libre e individual para adherirse a él. Es el movimiento que se ve en Mt 25, donde el Juicio es universal, pero también individual.
(2) Aquí podemos volver la mirada sobre la juventud: todos quieren ser diferentes, distintos, únicos, cosa que es un gran valor. La industria, sea de ropa, música, libros, etc., apunta a este mercado con el mensaje insístete de "ser único", "ser distinto". Al final, como gran paradoja, el ser único y distinto se vuelve en un fenómeno de masas. Los que son distintos y únicos se terminan vistiendo a la moda dictada por algún diseñador de turno.
(3) Taylor, Ch., Las variedades de la religión hoy, Paidós, Barcelona, 2003, p. 104.
(4) Esto tiene las resonancias del tradicional "creo a mi manera", pero es innegable que muy poca gente –cada día menos– adhiere a la totalidad de dogmas, o creencias, de una religión.
(5) En sus discursos se pone énfasis en "los valores verdaderos", "el respeto a la moral", la "verdad", etc.
(6) Este planteamiento hay que considerarlo con mesura, pues muchas veces entre las "razones de Estado" también se han invocado "razones divinas". Un claro ejemplo de esto se da en los Estados Unidos.
(7) Aquí se puede tener en cuenta todas las luchas que se han tenido a favor de los Derechos Humanos en distintas partes del mundo, la protección de los derechos de los pueblos originarios en Latinoamérica, o la defensa y el trabajo en favor de los inmigrantes en Europa.
(8) Cf. Casanova, J., Public Religions in the Modern World, The University of Chicago Press, Chicago and London, 1994.
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Ignacio Sepúlveda del Río. Artículo publicado en revista Razón y Fe, www.razonyfe.es


 

Los Simpson y la religión


Detrás de la sátira y las bromas, la serie toca temas antropológicos relacionados con el sentido y la calidad de la vida. Este es uno de los pocos programas de televisión donde la fe cristiana, la religión y la pregunta por Dios son temas recurrentes.
Francesco Occhetta, S.J.

Santiago / Sociedad – El 17 de diciembre de 1989 salió al aire por primera vez en Estados Unidos el programa de dibujos animados Los Simpson, destinado a convertirse en pocos años en el más famoso sitcom (comedia de situación) del mundo. La serie fue ideada por el ingenioso dibujante estadounidense Matt Groening cuando, minutos antes de presentarse a una importante reunión con un productor televisivo, inventó unos nuevos personajes de mandíbulas cuadradas, ojos similares a pelotas de golf y piel amarilla. Ningún productor habría apostado que esas nuevas caricaturas llegarían a estar entre los personajes más famosos de la historia. Sin embargo, en poco tiempo los estadounidenses se reconocieron en las historias de la familia Simpson y de la sociedad de la pequeña ciudad de Springfield.
A comienzos de los años noventa la opinión pública mundial se dividió en dos. Sobre todo en EE.UU. muchas asociaciones de padres consideraron que la familia Simpson no constituía un buen modelo educativo. Más aún, George Bush padre, entonces Presidente, criticó la serie: "Estamos buscando reforzar la familia americana de manera de hacer que se parezca más a los Walton y menos a los Simpson". Muchas escuelas prohibieron a sus estudiantes usar camisetas de Los Simpson. Sin embargo, los ingresos generados en torno a la serie televisiva, después de solo catorce meses de producción, llegaron a más de dos mil millones de dólares.
 
LOS PERSONAJES
 
Los Simpson narra la vida de una familia americana en un típico municipio, Springfield, cuyo nombre lo comparten al menos treinta pequeñas ciudades de ese país. Homero es el jefe de familia, trabaja como encargado de seguridad en una central nuclear, pero, debido a su lentitud y poco gusto por el trabajo, pareciera estar estancado de por vida en ese puesto. Su único deseo es volver cuanto antes a casa después de una jornada laboral para instalarse delante del televisor y comer pop corn, sándwiches y beber cerveza. Es hombre sin elegancia, castigado también por su aspecto físico, poco capaz de dialogar, pero generoso.
 
Marge es la dueña de casa y voz moral de la familia. Enseña a sus hijos (sin mucho éxito) a hacer el bien y a combatir el mal, y está anclada en las tradiciones. De hecho, personifica también a la mamá sobreprotectora e invasiva con un extraño pasatiempo: modifica continuamente su peinado azul hiper-encrespado y muy alto, que utiliza de vez en cuando como caja fuerte, pequeño armario o cartera.
 
Los Simpson tienen tres hijos: el primogénito Bart es el personaje más popular. Tiene diez años y se enorgullece de ser el último del curso. En realidad, ha llegado a serlo de adrede: así puede ser reconocido y legitimado en su rol por una sociedad que no considera a nadie. Es pillo y contrario a cualquier regla, ama el skate y la televisión, y su pasatiempo preferido es hacerle bromas al cantinero Moe Szyslak y al director de su colegio Seymour Skinner.
 
Su hermana Lisa tiene ocho años y es el cerebro del hogar. Es vegetariana y ecologista, pero también inconformista, progresista y ambiciosa. Sueña en grande (le gustaría llegar a ser presidenta) y cree estar entre los mejores músicos del mundo.
 
Por último, Maggie, que tiene un año, no habla, usa un chupete estereofónico y cuando trata de caminar se cae. Además, los Simpson tienen un gato, Bola de Nieve II, y un perro, Huesos.
 
Pero la familia tiene también otro miembro, el abuelo Abraham, que es excluido y desacreditado por el resto. Él encarna el abandono de los ancianos en la sociedad occidental y la memoria histórica de la familia, la sabiduría y la experiencia de vida. Como sucede a menudo con los mayores, también el abuelo, que sirvió durante la segunda guerra mundial, vive de recuerdos y anécdotas. Sin embargo, a los Simpson no les gusta recordar el propio pasado y los fracasos vividos; quieren vivir el presente buscando conquistar el futuro. Por esto el abuelo es enviado sin ningún escrúpulo ni sentimiento al "exilio", al asilo de ancianos de Springfield.
 
LOS CONTENIDOS
 
Los cerca de cuatrocientos cuarenta episodios de la serie, que exigen de los productores seis a nueve meses de trabajo por cada uno, se basan tanto en una comicidad aparentemente surrealista como en tonos sarcásticos sobre los tabúes de la sociedad americana, en abundante sátira sobre la familia y la vida cotidiana. Springfield es, por tanto, considerado el ícono del villorrio global de Occidente donde, por una parte, todo es deformado y agigantado y, por otra, el sentido último de lo que se cuenta es real y no se limita a la realidad de Estados Unidos, sino que toca a otras partes del mundo, por lo menos a las más industrializadas.
 
Es cierto que algunos matices y variaciones temáticos pueden no ser comprendidos por quienes no viven en esa nación. De hecho, se apela a asuntos de crónica preriodística, como Watergate o la guerra en Irak, se comentan problemas políticos abiertos, no faltan apariciones de personajes famosos, como los Kennedy, la mujer del presidente Barack Obama, Michelle, o las referencias a películas de actualidad, canciones o a transmisiones televisivas populares.
 
Bart, Lisa y Maggie son hijos de una generación llena de violencia y de miedos, que rechaza los modos tradicionales de educar. Sus días de colegio son una crítica implacable al sistema escolar estadounidense: violencia en el aula, falta de autoridad de los profesores, formas de enseñar superadas, recortes a los recursos de las escuelas y quiebre del pacto de confianza que unía a profesores y familias para educar juntos.
 
También la política está presente. Se tratan temas —como, por ejemplo, el medio ambiente, el desarme, la salud, la promoción de los derechos civiles— muy queridos por el Partido Demócrata estadounidense (por eso la administración Bush siempre temió las críticas de Los Simpson). Se denuncian los abusos de poder del Gobierno y de las grandes industrias.
 
La vida de la sociedad aparece despojada de toda esperanza y los capítulos la van mostrando de un modo implacable: políticos corruptos, medios de comunicación subordinados al poder y con información facciosa, autoridades religiosas lejanas a la vida de los fieles. Incluso la policía local, en particular el jefe Gorgory, es ineficiente y no garantiza ni el orden ni la seguridad. En la película de los Simpson, a raíz del tema del lago contaminado, el político que busca salvar la ciudad con medios muy costosos para el Gobierno, exclama: "Es verdad que soy el propietario de la empresa [y de los medios utilizados], pero eso es un mínimo detalle".
 
Pero la sátira del programa lleva a preguntarse también en cómo vivir el rol de dueña de casa, de madre y de esposa. Si se hace al modo de Marge, se corre el riesgo de dar sistemáticamente a los problemas de hoy respuestas de ayer, basadas exclusivamente en la tradición. La misma relación matrimonial entre Homero y Marge es signo de un malestar tácito, nunca aclarado, quizás una concesión perpetua, fruto de la incapacidad de dialogar y de reconciliarse explícitamente. En los episodios, detrás de la sátira y las bromas que hacen sonreír, se tocan temas antropológicos relacionados con el sentido y la calidad de la vida.
 
LA RELIGIÓN
 
Los Simpson está entre los pocos programas de televisión donde la fe cristiana, la religión y la pregunta por Dios son temas recurrentes. La familia recita sus oraciones antes de comer y, a su modo, cree en el más allá. La relación con Dios del jefe de familia es adolescente; antes de asistir al servicio religioso repite: "Pero, Marge, ¿y si hubiésemos elegido la religión equivocada? ¡Cada semana solo haríamos ponerse a Dios más furioso!".
 
El reverendo Alegría (Lovejoy), pastor de la comunidad protestante de Springfield, es el "chivo" expiatorio de esta operación. Muchos capítulos ridiculizan sus sermones, muestran que Bart duerme y que Homero escucha partidos de fútbol americano. Su actitud es de desilusión, al punto de que parece haber perdido la alegría que tenía cuando llegó por primera vez al lugar con su guitarra y su Biblia. Habla con eslóganes y tapiza su templo de avisos para lanzar el tema de la semana: "Domingo, el milagro del arrepentimiento"; "Prohibido estacionar en la sinagoga"; "Al arzobispo le quedan solo veinte dólares". Parece que al reverendo Alegría le importa más el reconocimiento social que la vida espiritual de sus fieles.
 
Además, sus respuestas son a menudo apresuradas y superficiales. En el capítulo sobre "El secreto de un matrimonio feliz", cuando Marge le pide consejo para resolver sus problemas de pareja, Alegría le responde: "¡Divórciate!". Desde luego, basta una respuesta como esa para generar en millones de telespectadores desconfianza y confusión respecto de la Iglesia. Pero frases similares son premeditadas y queridas por los productores.
 
El reverendo Alegría tiene, sin embargo, una capacidad de autocrítica que lo lleva a reconocer sus errores y a pedir perdón. No falta en él una sutil ironía. Cuando se entera de que una secta está haciendo proselitismo con fines de lucro en su territorio, el domingo sucesivo precisa: "Esta llamada nueva religión no es otra cosa que una marea de ritos bizarros y salmodias escogidas para sacarle dinero a los ingenuos. Procedamos a la oración del Señor cuarenta veces. Pero, primero, pasaremos la bandeja de la colecta".
 
También el tema religioso es desarrollado a través de la figura de Nedward (Ned) Flanders, el cristiano evangélico, vecino de casa de los Simpson. Es un convertido muy gentil pero integrista, siempre listo a ayudar y a ofrecer una buena palabra. Está obsesionado por el temor a violar las leyes de Dios, que sigue al pie de la letra y las siente como un deber y no como una ayuda para vivir una vida nueva. En vez de considerar el tiempo como un don que Dios nos da para vivirlo a través de la oración y el servicio a los demás, Ned vive su cotidianidad como el espacio de la conquista de la salvación que se obtiene cumpliendo las normas y los preceptos bíblicos. Su excéntrica manera de ser aparece en muchas ocasiones, como en la elección de la patente de su auto JHS 143 (el pasaje del Evangelio de Juan 1, 43 en el que Jesús dice a Felipe: 'Sígueme'). Los Simpson lo maltratan y lo consideran "tóxicamente religioso", pero Ned está siempre dispuesto a arriesgar su vida para salvar la de ellos, como en la película, cuando Homero contamina el lago y los habitantes de Springfield quieren matarlo. Por eso también, cuando Flanders iba a ser expulsado de la comunidad, Homero lo defiende ante la asamblea: "Este hombre ha puesto todas las mejillas de las que disponía. Si cada uno de nosotros fuera como Ned, no habría necesidad del Paraíso: ya estaríamos en él".
 
Los autores tienen una concepción apocalíptica y desplazan la atención al fin del tiempo. No se preguntan por el sentido de este ni por su fin. No se preguntan cómo vivimos como hermanos. Los Simpson van a la iglesia para aplacar un miedo al futuro que son incapaces de gobernar. Dios se convierte en el último refugio: "Normalmente no soy un hombre religioso, pero si tú estás allá arriba ¡sálvame… Superman!". En algunos capítulos, Dios aparece como un anciano de barba abundante y blanca, pero sin rostro; se presenta como un misterio a descubrir.
 
En 2007 el programa dedicó un capítulo a la Iglesia católica, titulado "Padre, hijo y espíritu práctico". Cuando Bart es expulsado de la escuela, sus padres lo mandan como castigo a la escuela católica de San Jerónimo, donde "la enseñanza es dura y no se puede bromear". Mientras la maestra es una monja irlandesa intransigente, el capellán, el padre John, conquista a Bart. Le cuenta su conversión, le dice que cuando era pequeño se parecía a él, luego le regala una vida de santos para leer. Basta un encuentro auténtico de este tipo para cambiar la vida de Bart, que exclama "el catolicismo es mítico". En casa los padres se preocupan, y Homero enfrenta al capellán: "¡Estoy harto de que enseñen a mi hijo valores llenos de valores!". Pero también el padre es conquistado por el joven sacerdote hasta el punto de querer convertirse en católico. Se confiesa y se siente libre. En el intertanto, Marge, el reverendo Alegría y Ned declaran la guerra a los católicos: "No puedo entrar a la Iglesia católica —exclama Marge—, una fe distinta quiere decir un más allá distinto, además quiero que mi familia se mantenga unida". El desencuentro se vuelve duro. La posición de Lisa es de apertura: "Todos deberían poder elegir la propia fe". Pero el grupo que representa a la institución y el poder de la comunidad protestante aumentan la tensión entre las entidades. Así, es el pequeño Bart quien da una lección de comprensión a los grandes: "Todo es cristiandad. Las pequeñas estúpidas diferencias no son nada respecto a las grandes analogías".
 
Después de veintidós temporadas de la serie animada más transmitida en la historia de la televisión, a muchos padres de familia les queda una pregunta: "¿Les permito a mis hijos ver Los Simpson?". La preocupación está fundada en el temor a que un lenguaje crudo, a menudo vulgar, y la violencia de ciertos episodios o el extremo al que llegan ciertos guiones influencien el comportamiento de sus hijos. Pero el realismo de los textos y de los capítulos podría ser una ocasión para verlos juntos, y usar los argumentos para dialogar sobre la vida familiar, escolar, de pareja, social y política.
 
En las historias de Los Simpson no hay nunca un final feliz, pero tampoco hay, como algunos autores afirman, solamente cinismo y sarcasmo. Se relata la realidad y la posibilidad de encontrar un sentido en esa cotidianidad que a menudo aplasta y humilla a las personas. Así, las generaciones de telespectadores son educadas para no ilusionarse. En cada personaje aparece optimismo y pesimismo, la conciencia de deber vivir un rol social y el sueño de querer ser libres. En sus rostros y en sus palabras están impresos la confusión del hombre contemporáneo y los condicionamientos a los que es sometido. Por este motivo los jóvenes telespectadores ya no son educados para un final feliz, sino que deben confrontarse con una realidad dura y a veces paradojal, donde la familia parece ser el único refugio. Afuera de la propia casa, en cambio, rige la ley de la selva: "Que venza el mejor".
 
El lugar de la salvación y de la unidad de la familia-institución, en efecto, "está en el centro de toda la trama narrativa: ridiculizada continuamente, obvio, pero también reconocida como el único (y el último) auténtico punto de referencia en clave social y en buenas cuentas el más sólido, con un recíproco y bien consolidado apego entre cada uno de sus miembros" (1).
 
Hay un último aspecto sobre el cual reflexionar. Los Simpson permanecen "eternamente jóvenes", no cambian, permanecen iguales a sí mismos. La dimensión del tiempo que pasa, las opciones para realizar en la historia, el uso de las nuevas tecnologías, las dimensiones de la enfermedad y de la muerte, casi nunca son tratados como temas. En cambio, si se quiere hablar de la realidad y de la humanidad que el hombre comparte, esos temas deberían ser seriamente afrontados por los autores.
 
Es verdad que los episodios enfatizan más en la religión como institución que en la vida de fe entendida como un seguimiento a Cristo hecho de oración y ayuda al prójimo. También en Los Simpson están latentes algunos elementos presentes en el Evangelio, como cuando Bart afirma: "Para poder salvarme a mí mismo, debo salvar a los otros". Bastaría que los millones de jóvenes que siguen la serie interiorizaran esta enseñanza para esperar un mundo mejor.
 
(1) B. Salvarani, "Dio, Homer e la ciambella", en Jesus, 2 de febrero de 2008.

 

jueves, febrero 10, 2011

Andresito y Toño, hombres de esperanza


Andresito y  Toño, hombres de esperanza

 

Querido Jesús:

 Mucho canto, sonido de tambores y trompetas sentí -por estos días- en Copiapó. Eran cientos de peregrinos que caminaban hacia el Santuario de la Candelaria.

 Muchos niños en brazos de sus padres ó bien sobre sus hombros. Algunas madres llevaban a sus hijos de la mano. Algo que tú conociste sin duda, desde la más tierna infancia. Quedé deslumbrado de tanta expresión de fe. La que parece dormir durante  el resto del año, Estas imágenes borran toda idea negativa y pesimista sobre los creyentes.  La fe está viva; aunque se parece al desierto mismo. De un momento a otro, vuelve a florecer.

  Y de todos los niños que observé, esos días, quiero hablarte de  Andrés. Un niño de apenas cinco años. Va contento con su vela -en la mano- para celebrar a María, Tu Madre, María de la Candelaria. Él va de la mano de Toño, su papá. Quién nació en Tierra Amarilla hace 28 años y es minero. Años atrás trabajaba afuera, en Antofagasta y  había formado una hermosa familia con la mamá de Andresito. Pero la distancia fue apagando el compromiso. Ella se fue con otra persona, un primo de su pareja.

 Recuerdo que  Andrés rezaba y cantaba junto a su papá Toño. Andresito –en silencio- oraba por su mamá.  Sabe que está lejos.  Hace un año que no sabe nada de ella. Le pide a tu mamá que la ayude  en su murmullo decía: "Virgen de la Candelaria cuida a mi mamita y que luego vuelva".  El mensaje es claro: la fe jugada y absoluta en Andresito no muere. Cree que algún día su mamita volverá junto a su "papito Toño", como suele llamarle.

Entonces Jesús ¿Por qué  nosotros –los adultos- perdemos  fácilmente la esperanza? ¿Será que el tiempo y el cansancio nos agotan y  matan la ilusión? ¿Por qué perdemos la esperanza  de un nuevo mañana y no la mantenemos como el Sembrador de la Parábola? Él   salió a sembrar sin temor a perder semilla y tiempo ¡¿Por qué no tener la esperanza creyente del Capitán Romano, que dijo  "Una palabra tuya bastará para sanarme".

La esperanza de Andrés es ejemplar. Reza y confía en la intercesión de María, Madre de la Candelaria… tal como la tuvieron los sirvientes de la Boda de Caná de Galilea.  Creen en la intercesión de María,"Hagan lo que Él les diga"

 Y no puedo dejar de recordar la oración del papá de Andresito, Toño. "Virgencita, cuida a mi hijito, que nada le falte, sé tú la Madre para él. Y que sí llegó a faltar, por mi trabajo minero, que tú le proveas de todo".  Él sabe que su trabajo es inestable no sólo por el contrato, sino también por la inseguridad del la mina.   La muerte acompaña a  las minas. Pero él confía en el amor de su madre María. Corta su petición, pero lo retrata de pie a cabeza. Él puede faltar, lo sabe. Pero no tu Madre, ni menos tú. Su oración es un canto a la esperanza.

 

Señor, te pido por todos los padres que asumen también la labor de "una madre". Dales fortaleza y salud para educar. Y por supuesto, gracias por todos los Andresitos que nos enseñan a no perder la esperanza y entregar todas nuestras penas y dolores en la intercesión orante de tu Madre, María

 

 

Con afecto, un creyente